sábado, 31 de agosto de 2024

El Refugio de las Almas Perdidas




En una remota región de los montes Apalaches, rodeada de densos bosques y montañas, se encontraba una pequeña aldea llamada Everwood. Este lugar, aislado del mundo exterior, tenía una historia que los habitantes preferían no recordar. En el corazón del bosque, escondido tras una maraña de árboles y senderos olvidados, se encontraba un antiguo refugio construido durante la Guerra Civil Americana. Conocido como el Refugio de las Almas Perdidas, este lugar había sido escenario de innumerables tragedias y eventos sobrenaturales.

La leyenda local contaba que durante la guerra, el refugio había servido como hospital improvisado para los soldados heridos. Sin embargo, las condiciones eran deplorables y muchos soldados murieron en agonía, sus cuerpos nunca fueron reclamados por sus familias. Se decía que las almas de estos soldados aún vagaban por el refugio, atrapadas entre la vida y la muerte, buscando paz pero encontrando solo tormento.

A finales del verano de 2025, un grupo de investigadores paranormales decidió visitar Everwood para documentar los eventos sobrenaturales asociados con el Refugio de las Almas Perdidas. El equipo estaba compuesto por cinco miembros: Ethan, un investigador principal con años de experiencia; Lily, una médium capaz de comunicarse con los espíritus; Marcus, un técnico en electrónica; Sarah, una historiadora; y Tom, un escéptico que buscaba pruebas tangibles.

Al llegar a Everwood, el equipo se instaló en una vieja posada dirigida por la señora Wilkins, una anciana que conocía bien las historias del refugio. "No deberíais ir allí," les advirtió con una voz temblorosa. "Ese lugar está maldito. Nadie que ha ido ha regresado sin cicatrices." A pesar de las advertencias, los investigadores estaban decididos a continuar con su misión.

El primer día, el equipo se aventuró en el bosque, siguiendo un sendero olvidado que les llevó hasta el refugio. El edificio, aunque en ruinas, aún mostraba signos de su antigua grandeza. Sus muros de piedra estaban cubiertos de musgo y las ventanas rotas dejaban entrar la luz del sol, creando un ambiente extraño y desolador.

Dentro del refugio, los investigadores comenzaron a instalar sus equipos: cámaras, grabadoras y sensores de movimiento. Ethan y Lily se dirigieron a la sala principal, donde se decía que habían muerto la mayoría de los soldados. Sarah, mientras tanto, exploraba los documentos y registros antiguos que había encontrado en un rincón polvoriento. Marcus y Tom comenzaron a revisar las instalaciones eléctricas, tratando de asegurarse de que todo funcionara correctamente.

Esa noche, mientras el equipo revisaba sus grabaciones, comenzaron a escuchar susurros y gemidos que no podían explicar. Las cámaras capturaron sombras moviéndose en los corredores, y los sensores de movimiento se activaron sin razón aparente. Lily, sentada en un rincón, entró en un trance profundo y comenzó a hablar con una voz que no era la suya. "Estamos atrapados... no podemos descansar... ayuda," decía, con lágrimas corriendo por su rostro.

Ethan decidió que debían realizar una sesión de espiritismo para intentar comunicarse con las almas atrapadas. Usando una tabla Ouija, el equipo se reunió en la sala principal. Al principio, nada sucedió, pero pronto la tabla comenzó a moverse y formar palabras. "LIBÉRANOS" fue el mensaje que recibieron.

De repente, las velas se apagaron y una ráfaga de viento recorrió la sala. Figuras espectrales de soldados aparecieron, sus rostros mostrando dolor y desesperación. "¿Qué debemos hacer para ayudaros?" preguntó Ethan con voz temblorosa. Un soldado espectral dio un paso adelante. "Debéis encontrar nuestros cuerpos y darles un entierro adecuado. Solo entonces podremos encontrar la paz."

Al día siguiente, el equipo comenzó a excavar en los terrenos del refugio, guiados por las visiones de Lily. Encontraron restos humanos enterrados en tumbas poco profundas, algunos con objetos personales que contaban historias de vidas truncadas por la guerra. Con respeto y solemnidad, los investigadores recogieron los restos y los llevaron al cementerio local para darles un entierro digno.

Esa noche, realizaron una ceremonia en el cementerio, recitando oraciones y colocando flores sobre las tumbas recién cavadas. A medida que la ceremonia avanzaba, una sensación de paz descendió sobre el lugar. Las figuras espectrales de los soldados aparecieron una vez más, pero esta vez sus rostros mostraban gratitud. "Gracias," susurraron antes de desvanecerse en la luz de la luna.

De vuelta en la posada, la señora Wilkins los recibió con lágrimas en los ojos. "Habéis hecho lo que nadie había hecho en más de un siglo. Habéis traído paz a estos pobres soldados." El equipo, aunque agotado, sintió una profunda satisfacción por haber ayudado a las almas atrapadas.

Ethan, Lily, Marcus, Sarah y Tom regresaron a sus hogares con la certeza de que habían vivido una experiencia única y significativa. Publicaron su investigación, incluyendo grabaciones y testimonios, que pronto se volvieron virales. Everwood se convirtió en un lugar de peregrinación para aquellos interesados en lo paranormal, y el Refugio de las Almas Perdidas se transformó en un monumento a la memoria de los soldados caídos.

Sin embargo, los investigadores sabían que había muchas otras historias como la de Everwood, lugares donde las almas atrapadas clamaban por liberación. Y así, su misión continuó, buscando traer paz a los atormentados y arrojar luz sobre los oscuros rincones del mundo.

El Refugio de las Almas Perdidas sigue siendo un recordatorio de que incluso en los lugares más oscuros, puede haber esperanza y redención. Los que conocen la historia hablan de los valientes investigadores que desafiaron la maldición para traer paz, y la leyenda perdura como un testimonio de la capacidad del espíritu humano para superar el miedo y hacer el bien.

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jueves, 29 de agosto de 2024

LA NIÑA DEL SEMAFORO



Eran más de las once  cuando detuve mi auto en el semáforo rojo. Esperé a que cambiara porque quería llegar pronto a casa. Cuando cambió, intenté arrancar, pero el auto no respondió. Busqué por todas partes para ver qué pasaba, aunque no entiendo mucho de mecánica de autos. Estaba en esto cuando escuché una voz que me dijo afuera, “señor, se lo limpio”. Sé a quién pertenece esa voz, o al menos quiénes son los que lo hacen. Son pequeños que muchas veces son obligados por sus padres o familiares a salir a limpiar los vidrios de los autos en los semáforos por unas pocas monedas. Es muy habitual en mi ciudad, pero no lo es que sea a esas horas de la noche.

Así que levanté la mirada y vi a una pequeña niña de unos ocho o nueve años, sucia y descalza. Abrí la ventanilla para decirle que no, gracias, pero más para preguntarle qué hacía tan tarde, a esas horas de la noche, aún trabajando. A quién podrá limpiarle el vidrio a esa hora y más aún con los peligros que pueden haber. Cuando abrí la ventanilla, sentí que un frío golpeaba mi cara, un frío que no era normal, un frío gélido, un frío de muerte. Pero no fue esto lo más atemorizante. Lo más aterrador fue que la niña había desaparecido ante mis ojos, se había desvanecido, se había vuelto noche.

Asustado, subí la ventanilla e intenté encender el carro a como diera lugar. Para asombro y alegría mía, encendió a la primera. Arranqué de nuevo hacia casa. Muchas veces más volví a pasar por aquel lugar, por aquel semáforo, muchas de éstas en la noche, pero nunca más volví a ver aquella aparición, aquella niña de cara triste que me dio compasión verla, pero también terror al verla desaparecer.

MORALEX

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DUENDES DEL AMAZONAS




Es conocido por algunas personas, más que todos por los de aquella región del Amazonas en Colombia, Brasil y Perú, se dice que allí habitan unos pequeños seres, duendes que cuidan y protegen la madre naturaleza. Pueden ser buenos y protectores, y guiar a algún despistado que no encuentre la salida en aquella espesa selva, pero también se dice que son malvados y vengativos para aquellos que intenten hacerle daño a la misma. Qué tan real sea, ya queda a decisión de cada cual en qué creer.

Pero esta es la historia de tres hombres que decidieron internarse en las selvas amazónicas en busca de aventuras. Eran aventureros, pero también conocedores de los peligros que puede traer un lugar como aquel. Llegaron y, al lado de un gran árbol, armaron sus tiendas. Pensaban pasar uno o dos días allí mientras seguían su recorrido en aventuras.

Pero cuando cayó la tarde, ya casi al oscurecer, vieron algo que los extrañó: un ser pequeño tanto como un muñeco de unos treinta o cuarenta centímetros sentado al lado de una roca, se veía dando la espalda, parecía pensativo y miraba igual que el a un pequeño sendero que se creó en mitad de la selva. Simplemente apareció un camino que antes no habían visto. Se quedaron muy pendientes de ver que hacía aquel pequeño personaje, solo estaba ahí mirando al lado contrario de donde ellos estaban. 

En sus tantas charlas y lecturas, sabían que esto solo  podía  ser algo mágico, un duende del Amazonas. Éstas criaturas eran capaces de mostrar el camino a otros mundos que no era visible a los ojos del hombre. También conocían que en otras regiones del mundo se decía que los duendes podían dar riqueza y sabiduría.

Por un momento se desentendieron del duende y miraron el sendero. Era como si fuese un rayo de luz que va por entre la selva. Pero cuando querían avanzar, una capa invisible les impedía el avance. allá lo que se veía era la misma selva que ellos estaban viendo, pero más luminosa, más brillosa, mucho más sorprendente de lo que estaban viendo atrás.

En ese momento, su alma se llenó de codicia y pensaron en lo mucho que podían hacer con el conocimiento de aquellos seres mágicos. Solo pensarlo y el duende y el sendero volvió a desaparecer ante sus ojos, como si lo que pensaron y dijeron los hubiese espantado.

Pasaron cuatro, cinco y varios días más en el mismo lugar, esperando que volviese aparecer aquel pequeño sendero que los llevara a un mundo mágico. Pero el sendero nunca apareció. Marcaron varios árboles con la firme decisión de que allí volverían y encontrarían a ese ser que había creado aquel camino a un mundo que ellos querían conocer.

Su idea era volver con una cuadrilla de hombres y, si era necesario, devastar todo ese pedazo de la selva para encontrar aquel o a su pueblo de seres mágicos. Con lo que no contaban es que habían caminado muy pocos pasos de regreso cuando perdieron el camino. Una intensa lluvia empezó a golpear la selva, una lluvia torrencial y peligrosa porque tumbaba grandes troncos de árboles, árboles de muchísimos metros, ya envejecidos y podridos, pero que si cayera en la cabeza de uno de ellos podría matarlos.

Como no sabían muy bien dónde estaban, porque de un momento a otro su brújula había enloquecido iba de un lado al otro su puntero sin marcar ningún punto  cardinal, decidieron guarecerse bajo un gran árbol, esperando que la intensa lluvia pasara y así poder salir de allí. Los sorprendió la noche en el mismo lugar, lluvia torrencial, truenos y relámpagos cubrían la selva. Se aterraron por que entre ese ruido de la lluvia , podían escuchar voces y risas. Algunos los llamaban por sus nombres. Estaban asustados por lo que allí estaban viviendo.

Pasaron dos días sin poder salir de aquel lugar, sin poderse mover, y para más horror de lo que estaban viviendo, sus víveres habían desaparecido en una de esas noches, no tenían nada que comer. Así que solo podían pensar que iban a morir allí.

 Solo podían pensar eso, que morirían de hambre y frío porque el agua que caía les calaba hasta los huesos. De aquella no saldrían vivos a menos que ocurriera un milagro.

La mañana siguiente, el sol brillaba a través de las grandes copas de los árboles, diminutos rayos del sol los cubrían, y ellos intentaban buscarlos, así fuera con la mirada, pensando que tal vez ese pequeño rayo los calentara y secara sus ropas mojadas. Algunos frutos cayeron de los árboles, frutos rojos y amarillos, frutos que no conocían a pesar de ellos ser casi que expertos en esta materia, sin más que llevar a la boca comieron. No era ni dulce ni salado, más bien un sabor insípido, pero que servía para llevar algo al estómago.

Ese mismo día, después de mediodía, y haber recuperado un poco de fuerzas, emprendieron camino, ¿a dónde?, no sabían, porque no conocían o no se ubicaban en su brújula en el lugar que estaban. Aún así, empezaron a caminar con rumbo desconocido. Tres días más con sus noches de buen clima y aquel fruto cayendo de los árboles como si alguien los arrojara, hasta que llegaron a un punto conocido. Esto, en vez de alegrarlos, los aterró, porque estaban en el mismo lugar de partida donde habían dejado la señalización en los grandes árboles para volver. Entendieron que si no desistían de su idea de volver allí, los duendes no los dejarían salir de la selva.

Se arrodillaron, lloraron y pidieron perdón, como un niño que es regañado por su madre, asegurándole al aire, a no saben quién, a esos duendes que no podían ver, que no volverían allí, que no intentarían buscarlos, que desistirían de esa idea. Después de esto, la brújula volvió a marcar el norte y empezaron a caminar buscando la salida. Cuando por fin pudieron llegar a ese gran río, como serpiente que cubre la Amazonas, se sintieron satisfechos de haber salido bien librados de aquello que es un embrujo, que es una magia, pero que también puede ser una maldición.

MORALEX

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El mito del Ave Fénix ha seducido a diferentes civilizaciones de todo el planeta con su simbolismo de esperanza, aplomo, memoria y regeneración, un ave milagrosa que siente la mu3rt3 y la prepara con mimo y serenidad para después resurgir de sus cenizas incólume y vigorosa

En la mitología griega, el fénix es un ave de larga vida que se regenera de las cenizas de su predecesor. Según algunas fuentes, el fénix muere en un espectáculo de llamas y combustión, aunque hay otras fuentes que afirman que el ave legendaria muere y simplemente se descompone antes de nacer de nuevo



LA CENA..



 Desde pequeña, había sentido una vocación irrefrenable por la enseñanza. Me fascinaba la idea de transmitir conocimientos, despertar mentes, de iluminar caminos. Por eso cuando me ofrecieron la oportunidad de ejercer mi profesión en un pueblo remoto, en plena sierra, no lo pensé dos veces. Creí que sería una experiencia maravillosa, una prueba de fuego para mí carrera. No imaginaba que sería el inicio de mi infi€rn0. 

El pueblo era un lugar olvidado por el mundo, rodeado de bosques sombríos y montañas escarpadas.

 Allí, la gente vivía de la tierra, con lo  poco que les daba. Me comentaron que los maestros escaseaban, que los que venían se marchaban pronto. No me dieron muchos detalles, solo me dijeron que era un trabajo duro.

Llegue un domingo por la tarde, en un autobús destartalado, que hacía el trayecto una vez a la semana. El viaje fue largo y agotador, pero yo estaba llena de ilusiones. Al día siguiente, me incorporé a la escuela, que quedaba a pocos pasos.

Entré al aula y me encontré con las miradas de los niños, que me observaban fijamente. No había ni una mueca de alegría, ni un gesto de bienvenida, ni un susurro de curiosidad, solo sus ojos que me taladraban.

Traté de ocultar mi nerviosismo y me presente, pero ninguno me respondió; seguían mirándome como si fuera de piedra.

Comencé las clases, siguiendo el programa que me habían entregado. Les hablé de números, de palabras, de cosas. Les hice preguntas, les pedí que colaboraran, les propuse actividades. Nada sirvió. Los niños no mostraban ningún interés ni entusiasmo. Solo repetía lo que yo decía, sin comprender ni razonar. Era como hablar con muñecos. Me sentía frustr@da e impotente.

Así transcurrieron las semanas.

Cada día era igual. Yo intentaba enseñar, y ellos solo me miraban. No había comunicación, ni cariño, ni aprendizaje. Era una p€sadilla.

Lo peor era que nadie me apoyaba. La directora me d€spr€ciaba, los maestros me rehuían y los padres de los niños no pisaban la escuela. Me sentía sola y abandonada.

Hasta que un día, uno de los  niños se acercó a mi escritorio al final de la clase. Era un niño rubio y flaco, que siempre se sentaba en primera fila. Me dijo que quería invitarme a cenar a su casa y que sus padres estarían felices de conocerme.

Me sorprendió su actitud, tan distinta a las de sus compañeros. Pensé que quizá era una oportunidad de acercarme a ellos y romper el hielo. Acepté con cortesía, y le dije que iría esa misma tarde.

Y así fue, a la hora de salida, el niño me guió por un sendero que salía del pueblo. Me dijo que su casa estaba cerca, y que no tardaríamos en llegar.

Caminamos por el sendero, que se internaba en el bosque y llegamos a un claro donde había una cabaña de madera.

El niño abrió la puerta y me invitó a pasar.

En el interior de la cabaña, una multitud de rostros hambrient0s me esperaban; apenas crucé el umbral se abalanzaron sobre mí y me inmovilizaron, me atar0n con cuerdas ásperas y sucias, y me arrastraron hacia una mesa de madera. Sobre la mesa, había un mantel de plástico elegante, con flores bordadas y encajes; contrastaba con el resto del lugar, que era oscuro y sucio.

El niño se 

acercó y me confesó con una voz sini€stra que su familia llevaba días sin comer, y que estaban desesperados por probar su manjar preferido.

Los demás solo me veían y se reían de mí, disfrutando mi sufrimiento. Se sentaron a la mesa y empezaron a cortar mi carn€ con saña saboreando cada bocado. Yo aún estaba viva, pero eso no importaba, ellos solo querían alimentarse de mi dol0r.

Sentí un pánic0 indescriptible, una angustia inmensa. Quise cerrar los ojos, quise dejar de ver aquella escena. Pero no pude, estaba paralizada por el mi€do.

Solo podía mirarlos esperando el golpe final.

En algún momento llegaron hasta mi p€ch0 y lo abrieron con brutalidad. Yo solté un grito de ag0nía, que fue el último sonido que salió de mi boca; el último sonido que escuché, el último grito de mi vida.

Creditos a su autor: CARLOS ARDERE

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EL CHUPACABRAS



Cornelia

La leyenda del chupacabras surgió en Puerto Rico a mediados de los años 90 y se propagó rápidamente por América Latina y partes de Estados Unidos. Este monstruo, comparado con un vampiro por su método de succionar sangre a través de perforaciones en el cuello de sus presas, principalmente ganado y animales domésticos como cabras, ganó notoriedad por sus ataques en zonas rurales.

La fama del chupacabras trascendió fronteras, llegando a reportarse avistamientos incluso en lugares tan lejanos como Rusia, China y Filipinas. Las descripciones de esta criatura eran variadas y perturbadoras: algunos testigos afirmaban que era una figura bípeda de aproximadamente un metro de altura, con piel grisácea y escamosa. Otros lo describían como un oso con espinas que iban desde el cuello hasta la cola. También se le comparó con un lagarto gigante e incluso se sugirió que podría ser una especie desconocida de perro salvaje.

Esta figura del chupacabras se convirtió en un fenómeno cultural y su leyenda persiste como un enigma, alimentado por avistamientos y relatos que mantienen viva la intriga sobre esta criatura misteriosa y temible. 

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miércoles, 28 de agosto de 2024

La mujer triste.


Mi amiga Samantha siempre había estado dispuesta a ayudar a quien lo necesitara, ya fuera en la escuela, en su vecindario o entre sus amigos. Pasaba horas organizando juegos para los niños más pequeños o recolectando alimentos para quienes tenían menos. Por eso, nadie se sorprendió cuando, hace seis meses, al cumplir 18 años, anunció que quería tomarse un año libre para colaborar con los voluntarios que ayudaban a las personas sin hogar en la ciudad. Desde aquél momento siempre había estado muy ocupada y apenas nos habíamos visto, por eso me sorprendió que un día me llamase cerca de las 12 de la noche para hablar conmigo.
—Hola… ¿estás bien? Hace tiempo que no hablamos—, le dije desde la cama, notando un extraño temblor en su voz.
—Sí, lo sé… Lo siento—. Samantha suspiró al otro lado del teléfono. Se oían ruidos de la calle, pasos apresurados, coches pasando, y esa sensación de soledad que se siente a esas horas en Madrid.
—¿Estás afuera? Es tarde para estar por ahí sola—. La preocupación me tensó el pecho.
—Estoy cerca de tu casa… Quería verte—, respondió ella, y pude oír cómo su voz se quebraba un poco, como si estuviera al borde del llanto.
—Por supuesto, ¿quieres que baje?—, sugerí, sintiendo un frío inexplicable que me recorría la espalda. No era común que Samantha se mostrara tan vulnerable.
—Sí, por favor. Estoy en el parque, justo al lado de tu edificio—. Hubo un silencio breve, y luego susurró—: No estoy sola.
Me congelé. ¿No estaba sola? Traté de racionalizarlo. Tal vez estaba con algún voluntario, o con alguien más que necesitaba ayuda.
—¿Quién está contigo?—, pregunté, mientras me quitaba el pijama y me vestía para salir.
—Es… una mujer—, murmuró Samantha. Había una pausa incómoda—. Ella me sigue a todos lados.
—¿Te sigue?—, repetí, incrédula, mientras recogía una chaqueta y salía de mi apartamento. La noche había caído hacía horas, y las luces anaranjadas de las farolas apenas lograban disipar las sombras que invadían la calle.
—Sí… desde hace días—, continuó Samantha. Podía escuchar su respiración acelerada—. La vi por primera vez cerca de la plaza de Callao. Estaba entre los indigentes que ayudábamos… Al principio pensé que solo necesitaba ayuda, pero… nunca habla. Solo me mira, triste, muy triste.
Llegué al parque, vi a Samantha sentada en un banco y colgué el teléfono. Su rostro estaba pálido, los ojos enrojecidos, y al lado de ella, apenas iluminada por la luz de la farola, estaba una anciana. Era como si la oscuridad se aferrara a esa figura, ocultando sus rasgos, salvo por unos ojos apagados que parecían vacíos.
—Esa es ella—, susurró Samantha al verme acercar. Su voz era un hilo.
—Hola—, saludé, más por reflejo que por otra cosa. La anciana no reaccionó.
Me senté junto a Samantha, intentando ignorar el hecho de que la mujer me observaba sin decir nada.
—No sé qué hacer—, continuó Samantha, continuando la conversación dónde la habíamos dejado—. Aparece cada vez que salgo a ayudar. A veces, cuando miro hacia una esquina, está allí, esperándome. No sé cómo explicarlo, pero siento que no puedo ignorarla, que necesita algo de mí…
—Samantha, esto no tiene sentido—, respondí—. Es solo una anciana, tal vez necesita ayuda, tal vez está confundida. Podemos llamar a alguien…
—No, no lo entiendes—, me interrumpió, apretando mi brazo con fuerza. La desesperación en sus ojos me desarmó—. Ayer, finalmente, me habló.
—¿Qué te dijo?—, la figura de la anciana parecía oscilar en la penumbra, como si la luz no pudiera tocarla.
—Me dijo que debía verte esta noche… que debía hacer algo—. Samantha bajó la mirada, y susurró, casi para sí misma—: Y no puedo decirle que no.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando la vi sacar un cuchillo del bolsillo de su abrigo. La hoja brilló un instante antes de que la luna se escondiera tras una nube.
—Sam… ¿qué estás haciendo?—, murmuré, retrocediendo lentamente.
Ella me miró, mientras más lágrimas caían por su rostro.
—Lo siento, no puedo detenerme. Ella no me dejará en paz hasta que lo haga—, dijo, levantando el cuchillo.
La anciana seguía ahí, inmóvil, pero algo había cambiado. Una mueca, una especie de sonrisa, comenzaba a formarse en sus labios secos. De repente lo entendí. Esa sonrisa no era de alivio, sino de satisfacción. Era como si hubiera encontrado lo que había estado buscando.
En un parpadeo, todo se aclaró en mi mente. El recuerdo de un accidente, una noche lluviosa, y una mujer que quedó tendida en el asfalto. Mi coche, los gritos… y mi huida.
—Samantha, por favor…—, supliqué, sintiendo el frío del miedo paralizarme, pero antes de que pudiera reaccionar, la hoja del cuchillo cortó el aire hacia mí.
Lo último que vi fue la anciana, sonriendo ampliamente, satisfecha. Al fin, había encontrado a la persona que la atropelló.

EMILY




 Ser un papá nuevo fue más difícil de lo que esperaba. Las noches sin dormir, la preocupación constante y la enorme responsabilidad me pesaban de maneras que nunca imaginé. Pero, por más cansado que estuviera, no podía evitar revisar el monitor de bebé cada pocos minutos, solo para asegurarme de que todo estuviera bien con nuestra pequeña Emily. Se convirtió en un hábito, casi una obsesión, tener ese monitor a la mano, siempre escuchando cualquier señal de angustia.

Una noche, después de otro agotador día, me quedé dormido en el sofá con el monitor de bebé a mi lado. La casa estaba extrañamente silenciosa, salvo por el ocasional crujido de las viejas tablas del suelo. En mi estado de somnolencia, lo escuché—una voz suave, casi tranquilizadora, proveniente del monitor. Al principio pensé que estaba soñando, pero a medida que la voz continuaba, me di cuenta con creciente temor de que esto era real. La voz no era la mía y definitivamente no era la de mi esposa. Era baja y áspera, pero de alguna manera calmada, como alguien que había estado susurrando durante siglos. “No te preocupes, la estoy vigilando,” dijo la voz.

Mi corazón se aceleró mientras me levantaba del sofá. La voz era tan clara, como si alguien estuviera en la habitación con mi hija. Corrí escaleras arriba, con el pulso retumbando en mis oídos. Abrí la puerta de su habitación esperando lo peor. Pero al llegar, Emily estaba profundamente dormida en su cuna, su pequeño pecho subiendo y bajando pacíficamente. No había nadie más en la habitación, ni señales de nada fuera de lo común. El monitor de bebé estaba en silencio, sin rastro de la voz que me había helado hasta los huesos.

La noche siguiente, no pude dormir en absoluto. Me senté en la habitación de Emily, mirando el monitor, esperando que algo sucediera. Pasaron las horas y no ocurrió nada. Justo cuando comenzaba a pensar que había imaginado todo, la voz volvió, esta vez más insistente. “Ahora es mía,” susurró. El monitor se apagó de repente, la pantalla parpadeando a negro. Salté de un brinco, mi mente corriendo aterrorizada. Corrí hacia la cuna, pero al mirar dentro, mi corazón se detuvo—Emily había desaparecido.

Se llamó a la policía y se realizó una búsqueda frenética, pero nunca la encontraron. No pudieron explicar cómo había desaparecido sin dejar rastro, con todas las puertas y ventanas cerradas. La única evidencia que quedó fue el monitor de bebé, ahora silencioso y frío. Pero cada noche, aún escucho esa voz, burlándome, recordándome lo que perdí. “Ahora es mía,” dice, una y otra vez, hasta que me lleva al borde de la locura.

No puedo deshacerme del monitor. Es la única conexión que me queda con Emily, incluso si está embrujado por lo que sea que se la llevó. Algunas noches, me quedo despierto, esperando contra toda esperanza escuchar su llanto, que de alguna manera vuelva. Pero todo lo que escucho es esa voz, y lentamente me está volviendo loco. No sé cuánto más puedo soportar. Solo quiero que mi hija vuelva, pero en el fondo sé que se ha ido, y no hay nada que pueda hacer para traerla de regreso

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LA BAILARINA

 Recién me mudé a un nuevo apartamento en una ciudad desconocida, y aunque al principio todo me resultaba extraño, poco a poco me fui acostu...