DUENDES DEL AMAZONAS
Es conocido por algunas personas, más que todos por los de aquella región del Amazonas en Colombia, Brasil y Perú, se dice que allí habitan unos pequeños seres, duendes que cuidan y protegen la madre naturaleza. Pueden ser buenos y protectores, y guiar a algún despistado que no encuentre la salida en aquella espesa selva, pero también se dice que son malvados y vengativos para aquellos que intenten hacerle daño a la misma. Qué tan real sea, ya queda a decisión de cada cual en qué creer.
Pero esta es la historia de tres hombres que decidieron internarse en las selvas amazónicas en busca de aventuras. Eran aventureros, pero también conocedores de los peligros que puede traer un lugar como aquel. Llegaron y, al lado de un gran árbol, armaron sus tiendas. Pensaban pasar uno o dos días allí mientras seguían su recorrido en aventuras.
Pero cuando cayó la tarde, ya casi al oscurecer, vieron algo que los extrañó: un ser pequeño tanto como un muñeco de unos treinta o cuarenta centímetros sentado al lado de una roca, se veía dando la espalda, parecía pensativo y miraba igual que el a un pequeño sendero que se creó en mitad de la selva. Simplemente apareció un camino que antes no habían visto. Se quedaron muy pendientes de ver que hacía aquel pequeño personaje, solo estaba ahí mirando al lado contrario de donde ellos estaban.
En sus tantas charlas y lecturas, sabían que esto solo podía ser algo mágico, un duende del Amazonas. Éstas criaturas eran capaces de mostrar el camino a otros mundos que no era visible a los ojos del hombre. También conocían que en otras regiones del mundo se decía que los duendes podían dar riqueza y sabiduría.
Por un momento se desentendieron del duende y miraron el sendero. Era como si fuese un rayo de luz que va por entre la selva. Pero cuando querían avanzar, una capa invisible les impedía el avance. allá lo que se veía era la misma selva que ellos estaban viendo, pero más luminosa, más brillosa, mucho más sorprendente de lo que estaban viendo atrás.
En ese momento, su alma se llenó de codicia y pensaron en lo mucho que podían hacer con el conocimiento de aquellos seres mágicos. Solo pensarlo y el duende y el sendero volvió a desaparecer ante sus ojos, como si lo que pensaron y dijeron los hubiese espantado.
Pasaron cuatro, cinco y varios días más en el mismo lugar, esperando que volviese aparecer aquel pequeño sendero que los llevara a un mundo mágico. Pero el sendero nunca apareció. Marcaron varios árboles con la firme decisión de que allí volverían y encontrarían a ese ser que había creado aquel camino a un mundo que ellos querían conocer.
Su idea era volver con una cuadrilla de hombres y, si era necesario, devastar todo ese pedazo de la selva para encontrar aquel o a su pueblo de seres mágicos. Con lo que no contaban es que habían caminado muy pocos pasos de regreso cuando perdieron el camino. Una intensa lluvia empezó a golpear la selva, una lluvia torrencial y peligrosa porque tumbaba grandes troncos de árboles, árboles de muchísimos metros, ya envejecidos y podridos, pero que si cayera en la cabeza de uno de ellos podría matarlos.
Como no sabían muy bien dónde estaban, porque de un momento a otro su brújula había enloquecido iba de un lado al otro su puntero sin marcar ningún punto cardinal, decidieron guarecerse bajo un gran árbol, esperando que la intensa lluvia pasara y así poder salir de allí. Los sorprendió la noche en el mismo lugar, lluvia torrencial, truenos y relámpagos cubrían la selva. Se aterraron por que entre ese ruido de la lluvia , podían escuchar voces y risas. Algunos los llamaban por sus nombres. Estaban asustados por lo que allí estaban viviendo.
Pasaron dos días sin poder salir de aquel lugar, sin poderse mover, y para más horror de lo que estaban viviendo, sus víveres habían desaparecido en una de esas noches, no tenían nada que comer. Así que solo podían pensar que iban a morir allí.
Solo podían pensar eso, que morirían de hambre y frío porque el agua que caía les calaba hasta los huesos. De aquella no saldrían vivos a menos que ocurriera un milagro.
La mañana siguiente, el sol brillaba a través de las grandes copas de los árboles, diminutos rayos del sol los cubrían, y ellos intentaban buscarlos, así fuera con la mirada, pensando que tal vez ese pequeño rayo los calentara y secara sus ropas mojadas. Algunos frutos cayeron de los árboles, frutos rojos y amarillos, frutos que no conocían a pesar de ellos ser casi que expertos en esta materia, sin más que llevar a la boca comieron. No era ni dulce ni salado, más bien un sabor insípido, pero que servía para llevar algo al estómago.
Ese mismo día, después de mediodía, y haber recuperado un poco de fuerzas, emprendieron camino, ¿a dónde?, no sabían, porque no conocían o no se ubicaban en su brújula en el lugar que estaban. Aún así, empezaron a caminar con rumbo desconocido. Tres días más con sus noches de buen clima y aquel fruto cayendo de los árboles como si alguien los arrojara, hasta que llegaron a un punto conocido. Esto, en vez de alegrarlos, los aterró, porque estaban en el mismo lugar de partida donde habían dejado la señalización en los grandes árboles para volver. Entendieron que si no desistían de su idea de volver allí, los duendes no los dejarían salir de la selva.
Se arrodillaron, lloraron y pidieron perdón, como un niño que es regañado por su madre, asegurándole al aire, a no saben quién, a esos duendes que no podían ver, que no volverían allí, que no intentarían buscarlos, que desistirían de esa idea. Después de esto, la brújula volvió a marcar el norte y empezaron a caminar buscando la salida. Cuando por fin pudieron llegar a ese gran río, como serpiente que cubre la Amazonas, se sintieron satisfechos de haber salido bien librados de aquello que es un embrujo, que es una magia, pero que también puede ser una maldición.
MORALEX
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