la ultima bendición
Las noches en Pontearnelas parecían interminables cuando la niebla se posaba sobre el río Umia, envolviendo en su humedad los cantos antiguos del puente de los Padrinos. Según contaban, nadie debía cruzarlo después de la medianoche si el río murmuraba fuerte. La leyenda insistía en que el espíritu de una mujer rondaba el lugar, esperando a un padrino que nunca llegó.
Hace siglos, una mujer llamada Elvira acudió al puente en una noche oscura de otoño. Su vientre apenas comenzaba a redondearse, y temía que, como tantas otras veces, la vida en su interior se escapara antes de ver la luz. Con fe ciega, pidió la bendición de un hombre desconocido, como dictaba la tradición, aunque aquel desconocido tardó demasiado en llegar. La noche se alargó en su espera y el frío caló sus huesos, pero ella no abandonó el lugar. La niebla envolvía el puente, y en cada crujir de la madera, creía sentir la presencia de algún alma perdida.
Finalmente, al amanecer, un hombre cruzó el puente. Sin palabras, ella le rogó que la ayudara. Pero el hombre se detuvo, observándola con los ojos oscuros y vacíos. "Lo siento", murmuró, "pero no soy quien crees". Su figura se desvaneció entre la niebla, como un espejismo.
Elvira cayó de rodillas, sintiendo el peso de aquella maldición que parecía no tener fin. Murmuró una última oración y desapareció, dejando tras de sí el eco de una promesa rota. Desde entonces, cuando el río Umia se torna inquieto y la bruma oculta la noche, se escucha un susurro en el puente: "Elvira aún espera".
Dicen que, si algún hombre se atreve a cruzarlo a medianoche, sentirá el peso de una mirada fría que espera, con la esperanza de cumplir la promesa de un destino que quedó en suspenso. Pero aquellos que lo intentaron nunca regresaron para contar lo que vieron.
Manuel Losada
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