DEVORANDO AL MONSTRUO
No sé si alguien realmente leerá esta historia. Tampoco sé si me juzgarán, pero ha llegado el momento en que necesito sacarla de mi pecho, como un veneno que debe drenarse. Fue hace algunos años, pero cada momento aún vive en mí, cada grito, cada golpe, no tuve más alternativa al tomar esa decisión, para finalmente ser libre.
Todo comenzó con amor, o al menos eso fue lo que pensé, que era el amor. Me casé joven, demasiado joven, con un hombre que me prometió el mundo entero. Era encantador, guapo y parecía quererme con una intensidad que me hacía sentir la persona más especial sobre la faz de la Tierra. Pero ese hombre que alguna vez pensé que me haría feliz, con el pasar del tiempo se fue transformando en un despreciable ogro.
El encanto desapareció, y en cambio llegó una tiniebla que no tardó en devorarnos a ambos.
Al principio fueron solo palabras hirientes palabras que podía ignorar o justificar. "Estaba cansado", me decía, "solo tuvo un mal día". Pero esas palabras crecieron y se convirtieron en insultos, quizás fue porque nunca pude darle los hijos que tanto anhelaba, y siempre me decía "estás seca por dentro, ni para madre serviste maldita inútil". Luego
continuaron los empujones. Y finalmente llegaron los golpes. Era como si el hombre que había amado hubiera sido reemplazado por una bestia, y poco a poco fui olvidando cómo era ser feliz, hasta que el miedo se volvió mi día a día, tan constante en mi vida.
Las noches se hicieron largas, a menudo llegaba a casa completamente borracho, tropezando y tambaleándose, con los ojos llenos de rabia y las manos listas para desquitarse conmigo. No importaba si estaba callada o si trataba de defenderme. Siempre encontraba una excusa para humillarme, para recordarme que yo no era nadie y que mi vida dependía de él.
Los abusos se convirtieron en algo peor. Perdí toda dignidad, toda esperanza, me miré al espejo después de que él terminó de golpearme, y vi a una mujer debil. No tenía fuerzas ni para Ilorar; solo quedaba en mí una calma extraña, que me permitió tomar una gran decisión.
Pasaron días en los que traté de sobrellevar mi vida, casi como si estuviera en modo automático. Me levantaba me movía, hacía las tareas, y todo mientras su voz y sus golpes seguían ahí. Pero en el fondo yo sabía que esto muy pronto terminaria. Y que él en su ceguera, no se daba cuenta de que se acercaba el final.
Llegaba la noche y él venía completamente borracho. Cayó en el sillón y se quedó dormido, roncando con la boca abierta, eso me producía un asco profundo. Supe que ese era el momento perfecto, caminé hacia la cocina lentamente tomé el cuchillo más grande y afilado que pude encontrar y regresé paso a lento, hasta donde él yacia durmiendo.
Mi mano ni siquiera tembló, todos esos años de dolor y humillación, me habían fortalecido. Me acerqué y sin pensarlo más, el cuchillo se hundió en su carne.
No gritó su cuerpo apenas reaccionó y sentí cómo cada movimiento de la hoja, cada corte desprendía un pedazo de mí, que él había destrozado, la sangre tibia corría manchando el sillón y mis manos por completo, el lugar fue invadido por ese olor metálico y extravagante.
No puedo decir cuánto tiempo pasó pero cuando terminé, no sentí ningún remordimiento, miré el desastre ante mí y lejos de sentirme culpable, al contrario, sentí un gran alivio, ese que no sentía hacia mucho tiempo.
Ahora venía la parte difícil: deshacerme de todo. El temor a que me descubrieran se mezclaba con la adrenalina, pero sabía que no podía fallar.
Tomé cada parte de su cuerpo y lo llevé a la cocina. El olor a sangre impregnaba todo el lugar, yo no sentía náuseas, pero si alguien llegaba lo podria percibir y estaria en graves problemas, asi que opté por prender algunas velas aromáticas para que se disepara un poco el olor, más tarde limpiaría todo el lugar.
Puse a calentar el horno y mientras los minutos pasaban mi mente se desconectaba casi como si fuera una tarea rutinaria, mientras despellejaba la carne de los huesos que por cierto, me tomó toda la noche y la mañana siguiente, ya que ese bastardo era un maldito obeso, y mientras lo hacía decidí colocar sus huesos y partes que no necesitaba en una bolsa grande de basura, como lo era su cabeza sus manos y pies y ni hablar de su pequeño p€N€.
Para más tarde enterrarlos en mi jardín trasero, y con las abundantes plantas que yo tenía nadie los vería o sospecharia, cada trozo lo cociné con calma y sobre todo con mucha paciencia.
Luego llamé a mis dos hermosos perros, esos mismos que él había maltratado tantas veces, y si yo los defendía éramos los tres al mismo tiempo recibiendo golpe tras golpe de aquel miserable, ellos se acercaron moviendo la cola, mirándome con una alegria que me hizo sonreír. Les di cada parte de él, cada pedazo, y ellos comieron sin titubear.
No sé si entendían lo que sucedía, pero me daba igual.
Fui rápidamente a limpiar todo el lugar, usé de todo para que se viera lo más limpio posible, nadie pensaría que una mujer debil como yo hubiera hecho tal atrocidad, sus restos fueron enterrados como lo había dicho al principio, su ropa se la entregué a un vagabundo que pasaba por el lugar, aunque le quedaba muy grande no le importó y se la llevó, y lo que quedaba de su carne la sazoné lo más que pude, y se la di a los animales que habitan en el bosque, Y algunos cuantos perritos de la calle que al mover su cola me agradecían por tal gesto.
Por fin mi tormento terminó esa noche en mi cocina, el hombre que alguna vez me destruyó desaparecía para siempre de mi vida.
Los días siguientes cuando la familia y los amigos empezaron a preguntar por él, inventé la historia perfecta, les dije que se había ido de casa, que había decidido marcharse con otra mujer que sí le pudiera dar los hijos que yo no le puede dar, y yo finalmente estaba tratando de construir mi vida, nadie dudó. Quizás era porque todos sabían el tipo de hombre que era él. No hubo preguntas ni sospechas, los días se volvieron semanas, y las semanas, meses.
Y mi vida comenzó a recuperar la normalidad. Volvía a reír, a salir a la calle sin sentir temor, a vivir sin la constante sensación de amenaza. El miedo se había ido con el tiempo, hasta el recuerdo de aquella noche empezó a desvanecerse. A veces, cuando alguien me preguntaba por él, solo sonreía y decía que no sabía nada, que quizá había encontrado una vida mejor. Y siempre me creían.
Conseguí un trabajo estable como sirvienta en una buena casa. Ganaba lo suficiente para vivir sin preocupaciones, felizmente con mis perritos, quienes me acompañaron durante largos años brindándome compañía y cariño incondicional. Los vi crecer y llegar a la adultez, y uno a uno, con el paso del tiempo, se fueron yendo, dejándome completamente sola. A pesar de sus ausencias mi vida siguió adelante, y en mis recuerdos aparecían ellos dándome la fuerza para continuar.
Transcurrieron los años y yo me había convertido en una mujer tranquila, alguien que se había ganado el derecho a vivir en paz.
Pero la vida como siempre encuentra maneras de ajustar cuentas, empecé a sentir una molestia en el abdomen. Al principio pensé que era una simple infección pasajera algo sin importancia, pero el dolor se intensificó y cada día se volvió insoportable, y de inmediato supe que algo estaba muy mal conmigo.
Los médicos me dijeron que era una infección que había avanzado demasiado, y que mi cuerpo no respondía, y ya era muy tarde para tomar un tratamiento para curar aquello que me aquejaba, ya que descuide mi salud y jamás puse un pie en una sala de hospital, las noches volvieron a ser largas y dolorosas pero esta vez, el dolor no era el de los golpes sino uno que venía de dentro, como si algo me estuviera carcomiemdo poco a poco.
En esta noche mientras el dolor me invade nuevamente, pensé en él, y en lo fácil que había sido deshacerme de ese monstruo, y en cómo al final, había encontrado la paz que tanto había merecido.
No me arrepiento de nada y aunque sé que mi final sera amargo, sé que hice lo que debía hacer. Y si alguna vez alguien llega a escuchar esta historia, que no me juzgue porque en mi lugar creo que hubieran hecho lo mismo.
Esa noche estaba destinada a terminar con él, y simplemente me convertí en lo que el destino me obligó a ser.
AUTORA Karen J.G.R
https://leyendasurbanasehistoriasdeterror.blogspot.com/
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