La aterradora historia de Dana y Nelly

 


Nelly despertó a las dos de la mañana, en medio de una noche sumamente calurosa. Un mosquito zumbaba insidiosamente en su oído; se sentía incómoda y pegajosa. Al abrir los ojos a medias, notó una silueta que la observaba fijamente en medio de la oscuridad, inmóvil, parada frente a ella mientras sostenía una muñeca de trapo.

Sintió un terror momentáneo debido a la sorpresa, pero pronto notó que se trataba de Dana, su pequeña hija de seis años. No le sorprendió demasiado que hiciera algo fuera de lo común, pues su pequeña no era nada normal, al menos para los estándares sociales aceptados.

Dana sufría una muy poco conocida forma de autismo. Le costaba concentrarse en tareas que no la entretuvieran, pero cuando algo le agradaba, no había forma de despegarla de dicha actividad. Además, aunque no había mencionado su primera palabra desde que nació, si acostumbraba a hacer unos fuertes berrinches cuando algo no iba de la forma que ella deseaba.

Nelly se levantó lentamente y encendió la luz. Dana se veía muy bien. Estaba bien peinada y lucía despierta, con los ojos bien abiertos. Su madre intentaba llevarla de vuelta a su habitación cuando escuchó un sonido que la dejó completamente pálida, las primeras palabras de su hija durante sus seis años fueron: “Llévame al psiquiatra”.

La joven madre estaba perpleja. Se estremeció al notar la claridad en las palabras determinadas de su amada hija. - Debes dormir, mi amor. Es tarde -. Dijo Nelly, mientras la tomaba nuevamente del hombro y la dirigía hacia el pasillo para llevarla a su cuarto. Todavía no lograba salir de su asombro. Un grito con fuerza sorprendente la hizo brincar del susto...

- ¡Llévame al psiquiatra! ¡Llévame al psiquiatra! ¡Llévame al psiquiatra! - Gritó la pequeña Dana, repitiendo constantemente la seguidilla de tres gritos, tan fuerte como sus pequeños pulmones le permitían.

Su madre supo que la pequeña estaba sufriendo uno de sus ataques y corrió a buscar la medicina que le habían recetado para tales casos. Luego de obligarla como pudo a tomarla, la niña se fue calmando poco a poco y, antes de que se durmiera, su madre le prometió que al día siguiente la llevaría al psiquiatra.

A la mañana siguiente, luego de una búsqueda compleja, Nelly encontró un psiquiatra infantil que estaba disponible para atender a Dana, ya que otro paciente le había cancelado su cita repentinamente. Poco tiempo después, Nelly y Dana llegaron al lugar. El hombre había instalado su consultorio en su casa, ya que se había quedado viudo y vivía solo en una vivienda muy grande, por lo que no tenía sentido pagar la renta de un consultorio.

Madre e hija fueron recibidas cordialmente por el doctor Ferrera. La niña tomó asiento en el sillón principal y el doctor se ubicó frente a ella. Luego de algo de plática de rutina, inició su consulta.

- Muy bien, Dana. Tu madre me cuenta que querías ver a un psiquiatra, así que aquí estás. Soy el doctor Julián Ferrera y espero poder ayudarte...

- Lo hará... - Dijo la pequeña, ante la mirada incrédula de su madre, quien todavía no le daba crédito a lo que estaba presenciando.

- Estoy seguro de que sí. ¿Por qué querías verme? ¿Hay algo en especial de lo que quieras hablarme? - Preguntó el doctor, con tono amable. La niña negó con la cabeza.

- ¿Prefieres que te pregunte algo?

- Si - Respondió la pequeña, esta vez su voz era más tímida...

- Bien. Cuéntame sobre lo que te gusta hacer

- Me gusta hablar con las sombras...

- Tu madre me ha dicho que no sueles hablar mucho...

- No necesito usar mi voz, ellas me escuchan, yo también a ellas, las oigo en mi mente...

Nelly sintió escalofríos. Nunca pensó que su hija pudiese estar en tal estado de paranoia.

- ¿Qué te dicen esas sombras? ¿Puedes verlas, o solo las escuchas?

- Las veo y las escucho. Siempre me siguen y me susurran cosas, verdades...

- ¿Qué clase de verdades te han dicho?

- Que mi padre se marchó con otra mujer, porque no amaba a mi madre y yo no fui planeada...

La joven madre se estremeció y estuvo a punto de abrir la boca, pero el doctor le hizo una señal rápida con la mano, indicándole que la dejara seguir...

- Ya veo - prosiguió Ferrara... - ¿Por qué piensas que es cierto lo que te dicen?

- Porque me han dicho otras cosas que también son ciertas...

- ¿Cómo cuáles?

- Me dijeron que mi padre era policía. También me dijeron que, antes de marcharse, dejó escondida un arma que olvidó y nunca pudo venir a buscarla...

- Todo es muy interesante - Dijo el doctor, mientras juntaba las manos. - Puedo ver que eres una niña muy inteligente, así que te pregunto: ¿Cómo puedes estar segura de que todo es verdad?

La niña sonrió de forma traviesa y se puso de pie. Se levantó su pequeño vestido floreado y removió un revolver calibre 38 de color plateado que estaba atado con cinta adhesiva a su pierna izquierda.

Nelly sintió su corazón latir a toda velocidad. Intentó acercarse para quitarle el arma, pero la niña volteó rápidamente hacia su madre y se puso el cañón en la cabeza. La miró con firmeza y le dijo: “Confía en mí, mami”.

El doctor se puso de pie y trató de disuadir a la pequeña de que entregara el revolver, pero la niña se negaba y seguía sonriendo calmadamente. Cuando el doctor dio un paso hacia adelante, la pequeña le apuntó directamente a la cabeza.

- ¡Por favor, Dana! - Exclamó el hombre - Lo que tienes en la mano no es un juguete. Puedes lastimar a alguien...

- Es curioso. - Contestó la pequeña, demostrando una lucidez que iba mucho más allá de su edad. - Usted les dice a las niñas exactamente lo contrario acerca de su... “arma”. Les dice que es un juguete, les pide que jueguen con él, porque no las va a lastimar...

Ferrara se puso blanco. No sabía qué responder...

- ¿Se da cuenta, doctor? Mis sombras siempre dicen la verdad. Aunque ustedes no puedan verlas, ahora están aquí conmigo. Hemos venido a hacer algo, y lo haremos.

Nelly comenzó a temer lo peor. Mientras pensaba cómo tomar el arma, el estruendo del cañón la hizo estremecer de pies a cabeza. La niña accionó el revolver contra el médico, propinándole un certero disparo que dispersó sus sesos por todo el estudio.

La madre comenzó a llorar y a temblar frenéticamente. Cayó al suelo entre un mar de lágrimas, mientras su pequeña hija se acercaba a ella y la consolaba diciendo: “Todo va a estar bien, mami, todo tiene su razón de ser”.

Pocos minutos después, un escuadrón de policías irrumpió en la casa de forma violenta. Al entrar al estudio observaron la sangrienta escena y, de forma inmediata y valiente, Nelly saltó hacia los oficiales y les dijo que ella había enloquecido y había matado al hombre. Dijo que iba a cooperar con la justicia, siempre y cuando cuidaran bien de su pequeña.

La mujer fue llevada a la comisaría y la pequeña niña fue custodiada por una agente de servicios infantiles hasta que encontraran a algún familiar. Mientras iban en el vehículo policial, Dana comenzó a hablar con la agente y le contó la historia que las sombras crearon para ella.

Algunas horas después, mientras Nelly se encontraba recluida en una celda de la comisaría para aguardar su traslado, un oficial alto y anciano apareció en el lugar y abrió la reja.

- Y bien, Nelly. Dígame, ¿por qué confesó un crimen que no cometió?

- ¡Ya les dije que fui yo! - Gritó la mujer con tono desesperado. 

- El doctor grababa sus sesiones. Tenemos todo en video. De hecho, necesito que me acompañe...

Nelly fue llevada a un pequeño cuarto en donde había una computadora. Los oficiales le mostraron la cinta de seguridad. No tenía sonido. En el video se observaba una conversación y, súbitamente, se vio cómo el doctor se levantó de su silla y se voló la cabeza delante de Nelly y Dana.

La mujer estaba completamente confundida. El agente explicó que, aparentemente, el doctor estaba bastante trastornado y estaban felices de que se hubiese quitado la vida, ya que, al revisar el lugar a fondo, encontraron que había construido unas mazmorras en el sótano, en donde mantenía cautivas a tres niñas que habían sido reportadas como desaparecidas y a las cuales planeaba asesinar. 

Créditos a quién corresponda.


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