LA FLOR DEL MUERTO

 


En cierta ocasión, unos amigos me invitaron a visitar a un familiar de ellos en el cementerio. Era una persona que yo no conocía, pero igual quería acompañarlos porque mi amistad con ellos era bastante antigua. Mientras ellos estaban en la tumba de su familiar, yo empecé a deambular por las tumbas. En una de ellas, me encontré una pequeña flor de plata. Me pareció muy bonita y la tomé, la guardé en mi bolsillo. Pensé que era un buen objeto para tener en casa y, más que nada, se notaba a simple vista que era de plata pura y antigua.

Esa misma noche, empezaron a ocurrir sucesos extraños. Despertaba cansado y sudando, sintiendo una presencia a mi lado. No solo era sentirlo, era escuchar sus susurros que me hablaban. No podía entenderle qué me decía, pero desde aquella noche me era imposible dormir, Solo descansaba unos pocos minutos y volvía a despertar. Ese alguien estaba a mi lado, esa sombra, esa presencia.
Debo confesar que en ese momento no pensé que tuviese que ver con la pequeña flor que había traído del cementerio. Pero al consultar con una bruja, ella me dijo que yo no estaba dejando descansar a ese espíritu. Porque esa flor se la habían dejado allí por algún motivo y yo me la había robado. Me dijo que la única solución era devolverla, llevarla al cementerio. Pero tenía que ser a la medianoche. Y dejarla en el mismo lugar, salir de allí sin mirar atrás y rezar nueve padrenuestros.
Debo confesar que me era casi imposible llevar a cabo aquel cometido. Le tenía un miedo pavoroso a los cementerios y mucho más en la noche. Pasó casi una semana sin que me resolviera a ir a llevar de nuevo aquella flor. Pero cada noche era más frecuente aquella presencia, aquellos susurros. Veía sombras en la oscuridad. Estaba convencido de que ese muerto no me iba a dejar en paz hasta que devolviera lo que le pertenecía.
Una noche me resolví y fui y dejé la flor en su lugar. Empecé a caminar sin mirar atrás y sentí ese viento helado que cubrió mi cuerpo, que bajaba por mi espalda y se internaba en mi espina dorsal, llenándome de un terror inenarrable. Pero este fue el remedio para que aquello me dejara en paz. Desde aquel entonces, sé que no se debe tomar nada del cementerio. Porque esos espíritus son celosos con lo que a ellos les pertenece.

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