EL CENTINELA DEL PANTEON
Este era un hombre anciano que, desde que se le conocía, había sido el cuidador del cementerio, el centinela del panteón. Los jóvenes lo llamaban así, por mofarse de él.
Se cuenta que aquel hombre, aunque no era su labor, dormía en el cementerio, al lado de las tumbas. Ya que no tenía familia o amigos, el cementerio era su hogar. Y en las noches, se le escuchaba hablar. Decían los que pasaban por el lado que hablaba con las mismísimas ánimas. Para muchos, simplemente había enloquecido y creía que podía ver los muertos.
Para el sacerdote y párroco del pueblo, era lo mejor que le podía pasar, ya que por unas pocas monedas, aquel hombre cuidaba el cementerio día y noche. Él solo era el encargado de cuidar que ninguna persona inescrupulosa entrara allí a tomar objetos que, para la iglesia, eran sagrados por estar en Tierra Santa.
Se le podía ver a cualquier hora del día o de la noche, rondando por el cementerio. Muchas personas lo llegaron a ver inesperadamente a sus espaldas o a un lado, cuando estaban visitando las tumbas. Algunos ladrones decían que se habían entrado con toda la cautela, pero él siempre descubría dónde estaban.
Una tarde, un nuevo sepulturero bajó a una habitación que había detrás de la de dónde decían dormía el centinela. Y allí encontró algo que lo horrorizó, ya que esta habitación estaba sellada. Pero él necesitaba una herramienta en especial. Abrió la puerta y encontró el cadáver de aquel hombre sentado en una silla, lo supo porque aún conservaba la gorra que usaba el centinela. Más que el cadáver, solo era la calavera.
Dirían después que llevaba muchísimos años muerto. Había muerto sentado, con apacibilidad, en esa silla. Pero su alma seguía cuidando el cementerio. Allí, muchas personas se aterraron porque lo habían visto después de muerto, de día y de noche, más que a él, a su fantasma.
A pesar de aquello, el centinela sigue cuidando el cementerio. Cualquier incauto puede topárselo en cualquier parte de las instalaciones.
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