Niñas lobas
Corría el mes de octubre de 1920 y en Calcuta, India, el misionero Joseph Singh y su esposa presidían un albergue infantil donde daban cobijo, alimento y educación a niños desamparados. En uno de sus viajes humanitarios el religioso y tres seguidores se dirigieron a la aldea de Midnapur sita al oeste de Calcuta, y se alojaron en la finca de uno de los lugareños. Estaban por irse a dormir cuando su anfitrión, preso del pánico, les comunicó que había visto, próximo a una gruta distante a cinco kilómetros de allí, a dos pequeños fantasmas parecidos a lobos, y de aspecto horrible. Ante los ruegos de aquel hombre, el misionero aceptó acudir con sus acompañantes al bosque para desvelar qué estaba sucediendo. A la mañana entrante fueron al lugar señalado donde localizaron un montículo de tierra con varias entradas y salidas.
Pacientemente, el explorador montó guardia hasta que, con sus largavistas, avistó a dos lobeznos fuera de la guarida. Al rato, vio a una figura menuda e hirsuta que se arrastraba en cuatro patas ,y seguía a los pequeños lobunos. Instantes después, otra aparición tan extraña como aquella se sumó a los otros tres seres. Claramente se trataba de un par de cachorros de lobo junto a otras dos criaturas que, pese a su extrema suciedad y apariencia bestial no eran espectros malignos, como creyeron los aldeanos, sino que eran seres humanos; más concretamente, dos niñas.
Singh decidió perseguir a la manada, pero sus acompañantes, atemorizados ante los presuntos espectros, se negaron, y se vio obligado a desistir de su propósito por el momento. Días más tarde regresó asistido por varios cazadores, con el fin de rescatar a las criaturas humanas. La madriguera de los lobos era un termitero abandonado, y los hombres lo tuvieron que destruir con picos y palas para descubrir la entrada principal. Estaban en esa actividad cuando, desde el interior, emergieron dos lobos, que huyeron hacia el bosque al advertir a los intrusos.
Sin embargo, tras éstos, salió una loba que sí estaba dispuesta a enfrentarlos. Su instinto materno le impedía abandonar a sus cachorros, ya fueran lobos o humanos. El animal, abriendo sus fauces, atacó con ferocidad a Singh y a sus asistentes, quienes no tuvieron más remedio que usar sus rifles y matarla. Luego de ingresar a la madriguera, junto a los dos lobeznos, hallaron a las criaturas humanas que los pobladores habían confundido con espectros; se trataba de dos menores de ocho y tres años aproximadamente.
Singh, y su esposa, cuidaron a las niñas lobas procurando que se adaptasen a la vida en sociedad, pero jamás lo lograrían. Pusieron por nombre a la niña mayor Kamala y a la menor Amala; y pronto se reveló que no existía una relación familiar que las uniera; o sea, no eran hermanas, sino que la loba las había recogido en diferentes momentos.
Un año después de su internación en el orfanato, la pequeña Amala falleció de disentería. Kamala, desconsolada, la lloró durante varios días, y aulló por las noches. En la década siguiente se logró que hiciera algunos mínimos progresos en su lenguaje y hábitos, los cuales nunca dejaron de ser salvajes; aunque llegó a mostrar afecto por la bondadosa señora Singh.
En 1929 contrajo fiebre tifoidea, y esta enfermedad la llevó a la tumba al cabo de dos meses. La niña lobo fue sepultada junto a su hermana de corazón en la India, en el cementerio de St. John.
Se estima que a su deceso Kamala contaba con diecisiete años de edad cronológica, aunque su coeficiente mental equivalía al de un infante de apenas cinco o seis años.
*Texto de Gabriel Antonio Pombo.
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