miércoles, 21 de agosto de 2024

𝙻𝙰 𝙲𝙰𝙹𝙰 𝙳𝙴 𝚉𝙰𝙿𝙰𝚃𝙾𝚂


Nunca antes había sentido tanta intriga por algo. Aunque tampoco es que mi vida haya sido muy extensa. Tengo apenas 8 años y medio, y todo es por culpa de esa condenada caja. Si no la hubiera visto, seguramente estaría por cumplir los 9. Pero aquí estoy, observando desde mi rincón preferido en el desván, donde oculto mi pequeño cuerpo en un viejo y desvencijado baúl, mientras otro sopla la vela de la tarta de cumpleaños. Aquí arriba, convivo con Simón, George, Samanta y Elena. El más antiguo es George, quien llegó hace 5 años y fue el primero en descubrir lo que se oculta dentro de la misteriosa caja.
—Una pérdida de tiempo, si me preguntan a mí —decía George con su característico tono monótono—. Todo esto, solo por querer saber lo que hay en esa caja.
—¡Cierto! —exclamaba Simón, seguido de su habitual risilla nerviosa.
Yo, por mi parte, me concentro en el nuevo huésped que "Mamá" trajo. Me inquieta mirar las encías de los chicos cuando hablan. Samanta y Elena hablan poco; a veces las comparo con primates, pues se comunican casi exclusivamente con gestos y apenas articulan palabras; alguna enfermedad rara, con un nombre difícil de pronunciar para mí. La mano de Sam se aferra a mi hombro, menea la cabeza, temerosa de que me acerque a “Mamá”. Tomo su mano, la acaricio y sonrío para calmarla.
—Tranquila, Sam, ya no puede hacernos daño.
Me muevo un poco para buscar el agujero desde donde espío a “Mamá”. La luz de abajo se cuela, nublando mi visión por unos segundos mientras mis pupilas se dilatan. El nuevo parece feliz. Quisiera arruinarle la fiesta, pero aún respetamos, por no decir tememos, a “Mamá”. Así que nos mantenemos ocultos y lo más alejados posible de sus asuntos. “Mamá da miedo”, dice siempre Simón, seguido de su nerviosa risa.
Recuerdo la primera vez que lo dijo bajo la tenue luz de la luna que se filtra por el tragaluz del desván; cualquier conversación se vuelve más misteriosa, tétrica incluso. Solo recordarlo me hace estremecer. Me aparto de mi lugar de espionaje justo cuando el nuevo sonríe con su puntiagudo gorro. Le falta uno de los dientes de la encía superior. ¡Dios!
Pasan las horas y cae la noche. Escucho a “Mamá” diciéndole al nuevo, al que llama Harry, que es hora de ir a la cama. Oigo el sonido de un beso. A ninguno de nosotros nos besó antes, solo nos sonreía ocasionalmente, aunque no puedo decir que fuera una sonrisa sincera. Al menos, ella aún puede sonreír. Nosotros ya no.
El nuevo ya está en la cama; lo veo desde mi otro punto de espionaje en el cielo raso de lo que solía ser la habitación que compartíamos mis amigos y yo, antes de que “Mamá” decidiera que ya no éramos necesarios… ¡Un momento! ¿Qué es eso sobre el armario? Es la caja, la caja de los secretos. Nunca antes había estado allí. Me pregunto por qué. Olvido todo y me voy a dormir junto a los demás. Ya basta de espiar por hoy.
Un estruendo me arranca de mi dulce sueño matutino. Es el nuevo, que aparentemente se subió a una silla para alcanzar la maldita caja. ¡Idiota, no lo hagas! Pero es tarde, ya tenía la caja sujeta cuando cayó, y al caer, la caja se abrió. De dentro salieron 5 bolsas negras. ¡No las abras! Le grité hasta quedarme sin voz, pero no pudo escucharme y tomó una de ellas en su mano. Pude ver que tenía un trozo de tela blanca cosido, y sobre él, escrito con tinta azul, estaba mi nombre. Como un torrente, vinieron a mi mente los recuerdos de algo horrible, innombrable, despiadado, macabro, digno de alguien muy enfermo: “Mamá”. Recordé un dolor intenso, el sabor metálico en mi boca, la hemorragia imparable que finalmente me hizo ver todo negro. Luego, desperté aquí, con mis nuevos amigos. Había reprimido todo, excepto que no se debía tocar lo que hay dentro de la caja de los secretos. Ahora entiendo nuestro miedo.
Escucho pasos acercándose desde el pasillo. Mientras recordaba, perdí de vista al nuevo. Ahora lo veo, tiene en su palma derecha mis dientes y una expresión de terror e incredulidad en su rostro. La puerta se abre con un golpe seco, es “Mamá”. Lo atrapó.
A la mañana siguiente, Harry juega con Sam y Elena, mientras George y Simón conversan. Yo, por mi parte, miro con curiosidad al nuevo inquilino que trajo “Mamá”.


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