"EL HIJO"




  Hijo levántate, se te va a hacer tarde para el colegio-, dijo con ternura la madre, con lágrimas en los ojos,-ya tu cereal está listo.

El niño se sentó en la mesa, ya estaba vestido con el uniforme escolar, la mujer se sentó en la silla de al lado con una taza de café. 

Lo veía con detenimiento, como para memorizar sus bellas facciones: lo blanca de su piel, su carita redonda y sonrosada, su cabello liso castaño en forma de “hongo”, su lunar encima del labio, igual al del papá.

Terminaron y se fueron al colegio, como quedaba cerca se fueron caminando, llovía tímidamente, la mamá lo llevaba de la mano, tapándose los dos con un paraguas enorme, ambos con chaquetas.

Lo besó tiernamente en la frente.

- Te amo

- Yo también mamá.

Llegó a la casa, se quitó la humedecida chaqueta, se quitó los zapatos, pasó de la sala al cuarto, deteniendo la mirada en una puerta de vidrio que separaba la sala del patio. La gran puerta tenía el cristal roto, lo miró con profunda tristeza, pensó por un momento si lo volvía a colocar o no. Movió la cabeza como para espantar los pensamientos y se acostó en la cama. Llevaba días sin dormir, así que prácticamente al colocar la cabeza en la almohada se quedó profundamente dormida; y fue lo mejor, ese sueño no solo reparaba su cuerpo, sino también su alma, mitigaba por un rato su profundo dolor.

Durmió largamente y luego se levantó sobresaltada. ¿Qué hora era?, el niño salía al mediodía del colegio, vio la hora en el reloj de la mesita de noche, era las doce y media, Dios, ¡qué tarde era! Se colocó los zapatos y se fue corriendo al colegio.

En el camino se acordó del sueño que había tenido: el niño jugaba con su patín rodando desde el patio a la sala, ella estaba bañándose y le gritaba que tuviera cuidado, se podía caer o, peor aún, romper la puerta de vidrio. El niño solo le había respondido con un “aja”. Ella continuaba bañándose hasta que el sonar de vidrios rompiéndose y cayendo le congeló el corazón. 

Se colocó la bata de baño y así salió ver que había sucedido.

Quedó paralizada del horror, el niño había atravesado la pesada puerta de vidrio con el patín, y ahora se encontraba allí, tirado en el piso, en un inmenso charco de sangre, convulsionando ligeramente mientras la vida se le escapaba, pálido, muy pálido, sus labios y sus mejillas que algún día fueron rosados eran de un infame color blanquecino. 

Ella se agachó junto a su hijo, gritando que alguien la ayudara. Tenía un trozo de vidrio en la yugular, otro más grande en la ingle. En el suelo, la sangre del infante se mezclaba con el agua que escurría del cuerpo de la madre, a la que no le dio tiempo de secarse al salir aceleradamente del cuarto del baño.

Con un ligero movimiento de cabeza y los ojos humedecidos, no solo por la lluvia que todavía caía a esa hora, la mujer espantó ese pensamiento y llegó al colegio. Allí estaba su niño, su niño adorado, sentadito en el patio, solo y serio. Ella lo cubrió de besos y le pidió perdón por llegar tarde.

- Me quedé dormida hijo…

- Pensé que me ibas a abandonar mami, todos mis amiguitos ya se fueron, y tú no venías…

- Jamás, jamás te dejare hijo, perdóname.

- Está bien mami, te amo.

Se fueron agarrados de la mano, caminando hacia la casa, saltando los charcos y conversando. La gente los  veía extrañados, algunos se reían, otros movían de lado a lado la cabeza, una que otra señora se persignó.

A la memoria de la madre llegó el recuerdo de la mañana en que levantaba al niño para ir al colegio. No estaba en el cuarto, no estaba durmiendo, estaba en su ataúd, estaba muerto, ella enloquecida de dolor lo animaba a levantarse para que pudiera ir al colegio.

- Hijo levántate, se te va a hacer tarde para el colegio-, dijo con ternura la madre, con lágrimas en los ojos,-ya tu cereal está listo.

Para la mente de la desgraciada mujer el niño seguía vivo, lo tenía agarrado de la mano, él le contaba cómo le había ido en el colegio. Las personas en la calle solo veían a una mujer hablar y reír sola. Pero los más detallistas veían en los charcos del suelo a una madre agarrada de la mano de una figura fantasmal, de baja estatura que parecía un niño…

Créditos a su autor


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