LA PROMESA







LA PROMESA
Relato basado en hechos reales contado por Nita Xtillo
Escrito y Adaptado por Eduardo Liñán

Espinazo, Nuevo León 1930. José Fidencio Constantino Sintora mejor conocido como el niño Fidencio había ganado notoriedad a lo largo del país como un “iluminado” que sanaba a la gente con medicina “invisible” y mucha gente visitaba este lugar con la esperanza de la sanación a males de diversa índole. Con el paso del tiempo el poblado fue creciendo y se volvió centro de peregrinación que congregaba a miles de personas que buscaban un milagro realizado por el “niño”. Mucha gente aprovechando el momento se estableció en el pueblo realizando diversas actividades comerciales como vendimia de objetos esotéricos, servicios para las personas o comida. Una de estos emprendedores era una señora conocida en ese lugar como “La chata”.
Ella tenía una fonda de comidas en las que atendía a los visitantes de Espinazo. Era una mujer madura y amable, siempre con una sonrisa y dispuesta para el servicio. Durante casi todo el día preparaba alimentos en compañía de otras mujeres que le ayudaban en la preparación, Todo el día estaba lleno en la fonda de “Doña Chata” el cual era un techado de madera cuyas mesas eran tablones y banquitos hechos con huacales de tomates, cuyo piso era de tierra y al entrar olía a aceite viejo y sopa de fideos con frijoles que era lo que comúnmente servía en su fondita todos los días acompañado de un guisado de carne o puerco y un vaso de agua de frutas, preparados en una rustica cocina hecha de adobes y olla tiznadas por la leña. Todo parecía prospero en la fonda; pero doña Chata tenía una tribulación que pocos conocían.

La Chata tenía una hija adolescente, que comenzó a enfermar continuamente. Ella le ayudaba en la fonda y era muy bonita, Su belleza era reconocida por los comensales y algunos de ellos la cortejaban sin éxito, ya que siempre estaba bajo el ojo vigilante de su madre. La primera vez que enfermó pudo subsanar la aflicción; pero cada vez era más constante el hecho de cayera en cama por cualquier cambio en el clima o por algo que comía, su salud y su aspecto comenzó a decaer notablemente y aquella belleza juvenil de pronto se tornó pálida y marchita. Su angelical rostro ahora era un reflejo ojeroso de los males que la aquejaban, al igual que su cuerpo cada vez más delgado por los vómitos y la deshidratación. La señora no reparó en darle vitaminas, remedios herbolarios y caseros que le recomendaban los viajeros, nada de eso funcionada y la salud de su hija cada vez era más preocupante, ya que los médicos incapaces de aliviarla solo le daban medicinas para atenuar los síntomas; pero no remediar el problema que hasta ese momento desconocían.

Cierto día llego una gran peregrinación al pueblo de Espinazo, un gran tren de pasajeros llegó atestado de gente que buscaba las bendiciones y los favores del niño Fidencio y como era de esperarse la fonda de Doña Chata se vio atiborrada de gente hambrienta. No hubo un momento de descanso ese día y seria ya de madrugada que al fin pudieron cerrar la cocina al irse el último cliente a pernoctar en las calles. Todas las mujeres estaban rendidas y decidieron entonces dormir en el techado, por lo que acomodaron petates al fondo de la cocina, que era el único lugar que tenía un piso de madera. Después de acomodarse tanto ella como su hija, las demás mujeres cayeron en un instante en un sueño profundo y comenzaron a roncar. Mientras que Chata, pensaba en lo que daría de comer por la mañana, poco a poco comenzó a tener pesadez en sus ojos y la somnolencia llegó a ella en breves instantes. Apenas iba a quedarse profundamente dormida cuando notó que algo pesado cayó en el piso de tierra de la fonda e hizo retumbar el suelo, alertada abrió los ojos para ver de dónde había provenido el ruido y estaba todo obscuro, sin embargo sus sentidos se alertaron al darse cuenta de algo escalofriante.
El petate de su hija era arrastrado lentamente hacia la calle, era la sombra de algo que estaba de pie frente a ellas, era completamente negra y la luz de la luna que iluminaba el interior y la calle no se reflejaba en ella, por lo que el horror invadió cada fibra de Chata. Su rostro y su boca paralizada por el miedo se relajó para emitir con una voz entrecortada unas preguntas:

—¿Quién eres?¿Qué quieres?

Luego de decir esto último la sombra se detuvo y el lento arrastrar del petate dejo de romper el silencio. El corazón de Chata latía de una manera tal que sintió que se le salía del pecho al ver que la sombra comenzó a caminar hacia la salida del tejaban. La mujer quedó en un estado de shock durante un buen rato y después de recuperar el aliento, lloró desconsoladamente abrazando a su hija, y mientras pasaban los minutos se quedó profundamente dormida. Por la mañana se despertó alertada al sentir que una de sus ayudantes la movía para que se incorporase. Luego de pensar en lo que había pasado durante la madrugada revisó a su hija y seguía igual de enferma. Sin demora dejó encargada la fonda y se fue a buscar a un curandero amigo de ella, al cual le contó la experiencia de la sombra y su intento por llevarse a su hija.
Luego de hacerle una limpia y preparar algunos conjuros con piedra alumbre y copal pudo determinar algo que no era muy comprensible para Chata y le dijo con mucha seriedad a la mujer luego de jalarle al cigarro que tenia encendido entre los labios.

— Tú hiciste una promesa Chata, una promesa que no has cumplido, ese espíritu que vino anoche a tu casa vino a reclamar algo que no has dado, de tal suerte que se quiere llevar a tu hija en pago. Veo que prometiste flores y oraciones en una tumba y no las llevaste. Hasta que tu no pagues ese juramento, el espíritu que merodea tu casa se llevará tu flor más preciada, haz esto que te digo: en el umbral de la entrada coloca un frasco grande con agua y cambia de lugar con tu hija en la noche y dile al espíritu lo que te voy a escribir.

Al salir de jacal del curandero, Chata venia pensativa. No recordaba haber hecho alguna promesa a ningún muerto o persona; pero le inquietaba mas el hecho de que aquello se cobrara con la vida de su hija, en el pueblo era común ver o sentir esas apariciones, toda la comunidad estaba cargada de una energía mística que pocos comprendían y todo emanaba del niño Fidencio. Casi al llegar a la fonda una corriente helada la alertó y de pronto recordó quedándose sorprendida y gritó para sí misma:

“Mal haya sea la comadre Reyna…”
Entonces a su mente la invadió un recuerdo. Cuando recién había llegado a Espinazo, llegó acompañada de su comadre Reyna Hernández. Ambas habían arribado al pueblo con la promesa de trabajo y un futuro esperanzador, sin embargo ninguna de esas cosas les tocó en suerte y tuvieron que trabajar en lo que fuera para sobrevivir. En una plática y luego de una larga jornada de trabajo en unos comederos, la comadre Reyna agobiada por todo lo que estaban pasando y sintiéndose enferma le pidió encarecidamente Chata que si ella moría antes, le llevara un ramo de rosas blancas a su tumba y le rezara unas oraciones para el descanso de su alma. Chata adormilada por el cansancio respondió un “si” sin escuchar del todo a la comadre. Pasó el tiempo y Reyna se enamoró y se casó con un peregrino, se fue con él a Saltillo. Luego de despedirse, nunca más la volvió a ver o a saber de ella.

Luego de pensar en esto último Chata intuyó que la comadre había muerto y regresado del mas allá a hacerle cumplir la promesa que le había hecho años atrás. Al caer la noche y luego de cerrar la fonda. Chata hizo lo que el curandero le ordenó y colocó el agua en la entrada y cambió de lugar con su hija que apenas se daba cuenta de lo que hacía su madre por lo enferma que estaba. Espero ansiosa a que el espíritu de la comadre apareciera durante la madrugada y así fue. Los ladridos frenéticos de los perros seguido de un vientecillo que movía las hojas de los arboles, le anuncio que el ánima de la comadre había llegado.

Sintió un frio de muerte y el corazón comenzó a latirle aceleradamente en tanto sentía como el petate en donde descansaba se movía lentamente hacia el umbral de la puerta. Sin querer abrir los ojos, los apretó fuertemente y tomó valor para gritarle al espíritu

—Comadre, se a que has venido, por esto te digo que te llevaré tus flores y tus oraciones, descansa y déjanos descansar en paz. —Exclamó Chata.

El silencio era sepulcral; pero las sensaciones que Chata percibió fueron perturbadoras, una sensación de frío inundaba su rostro, pensando que quizás el espíritu estaba cara a cara con ella, empezó a temblar y apretar fuertemente sus manos esperando lo peor. Luego de un rato escuchó como una voz de ultratumba sonaba cerca de su oído al tiempo que le decía:

“Es una promesa…”

Luego de esto, comenzó a sentir calor de nuevo y el sonido de los ladridos y el viento ya no se escucharon más. Pensando que el ánima de su comadre se había ido abrió los ojos solo para verse rodeada de obscuridad y acompañada por su hija, la cual dormía profundamente. Notó extrañada que el frasco de agua que había dejado en la puerta burbujeaba y al acercarse se percató que este estaba hirviendo como si lo hubieran puesto en la lumbre. Respiró profundo y sintió una gran alivio al verse sola con su hija, el ambiente estaba tranquilo y se acostó para agarrar el sueño.

Al llegar la mañana lo primero que hizo fue encargar a su hija y a la fonda a sus ayudantes y tomó el tren con rumbo a Saltillo para buscar a su comadre Reyna. Al llegar preguntó por varios lados por la mujer y en efecto se enteró que tenía dos meses de haber muerto y que su cuerpo había sido enterrado en el panteón. Al llegar llevaba un gran ramo de rosas blancas y las aventó en el montón de tierra empalmada donde estaba enterrada la comadre al tiempo que decía:

“Ahí están tus pinches flores comadre. Espero que ahora si puedas y nos dejes descansar…”

Luego de hacer oración y despedirse de la comadre Reyna regresó a Espinazo y para su sorpresa, su hija estaba comiendo con gran prestancia, algo inusual; pero se veía mejorada y sus mejillas tenían color. Con el tiempo sus males raros fueron desapareciendo y la comadre nunca más hizo promesas que no podía cumplir.



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