LOS NIÑOS NUNCA MIENTEN
Mientras todos dormían tranquilamente en la casa de Rodrigo, un grito fuerte y de terror retumbó en las paredes despertando a todos, corrieron a la habitación de Annie, el miembro menor de la familia, ella estaba parada en la esquina de la cabecera de la cama gritando con todas sus fuerzas y una expresión de incontenible angustia en su cara, abrazando fuerte a su muñeco de peluche. Rodrigo la reprendió con fuerza por haberlos despertado tan solo por una pesadilla, molesto se fue a dormir, mientras Juan y Sara hermanos mayores de Annie permanecieron con ella hasta que quedó dormida. En la recamara principal Karla y Rodrigo discutían por la actitud que él había tenido ante el comportamiento de su hija menor.
Annie les dijo a sus hermanos que debajo de la cama había un monstruo que intentó llevársela, los hermanos voltearon a verse uno a otro y después de consolarla revisaron debajo de la cama para que estuviese más tranquila, Sara se recostó con ella, Juan fue a su habitación por un bate de beisbol y pasó la noche sentado junto a ellas. Ellos actuaron con tal certeza porque vivieron lo mismo al ser mas pequeños pero su padre jamás les creyó.
Durante más de un mes, a espaldas de su padre, ellos dormían en una sola habitación, intercambiándolas noche a noche, para que el monstruo no tuviera tarea fácil al buscarlos. Cuando Rodrigo los descubrió encerró a cada uno en su habitación bajo llave molesto por haber sido engañado, los gritos de horror salían de la habitación de Annie, sus hermanos gritaban rogando ayudarla, con desesperación Karla intentó arrebatarle las llaves a Rodrigo al escuchar que en la habitación de su hija a parte de los gritos las cosas empezaban a caer y romperse. Su esposo lo impidió diciendo que los niños tenían que crecer y dejarse ya de mentiras.
El silencio llegó de pronto y Rodrigo con expresión de ganador dijo -Ya lo ves, solo fue una rabieta-, Karla le arrebató entonces las llaves pero al abrir la habitación Annie no estaba ahí, la buscaron por cada rincón pero ella había desaparecido sin dejar rastro en aquella habitación que lucía como si un remolino la hubiera invadido.
Todos culpaban a Rodrigo y al pasar de los días, mientras él estaba sentado en la cama de Annie, extrañándola, pensándola; un olor a sudor, a humedad invadió la habitación, un ligero ruido semejante al crujir de una bolsa plástica salía debajo de la cama, un click, sonaba en el piso de madera, la intensidad de los sonidos aumentó y Rodrigo vio pasmado como entre sus piernas una enorme mano gris oscura, con grandes dedos negros y unías tan largas como su pie salía debajo de la cama, al desviar un poco su mirada se dio cuenta que eran dos, en un movimiento brusco quiso subir sus pies pero una de estas manos lo tomó con fuerza, la cama se alzó de su lugar y en un instante Rodrigo estaba de cabeza, colgando de la mano de un monstruo gris que se jorobaba un poco para no pegar en el techo, tenía un cuerpo marcado, pero no era muy delgado, dos peludas patas con pezuñas negras, el era gris con llagas oscuras y purulentas, una larga melena negra y abundante lo cubría desde la cabeza hasta la espalda baja donde le nacía una cola larga que superaba su estatura y se balanceaba de un lado a otro haciendo destrozos por la habitación. En su rostro se apreciaba una sonrisa maléfica, que dejaba ver sus sucios colmillos, donde una pus oscura escurría desde su boca, al ver su cara arrugada, con la nariz caída y unos enormes ojos rojos ardientes, Rodrigo sintió un miedo que lo hizo gritar desesperado. Entonces el monstruo con una de sus unías recorrió el cuerpo de Rodrigo lentamente y con suavidad; sus ropas cayeron cortadas con mucha precisión dejando a el desnudo y sin una sola herida.
El monstruo que hasta ese momento no emitía más que gruñidos que parecían venir desde su estomago, de nuevo con su uña recorrió el cuerpo de Rodrigo pero esta vez dando pequeños piquetes que lo hacían gotear sangre hasta el piso, donde seis criaturas monstruosas también pero en diferente tamaño, lamían desesperadamente el piso hasta dejarlo limpio, algunos de ellos se recostaron esperando que las gotas de sangra cayeran directo a su boca, pero cuando esto no fue suficiente, se lanzaron sobre Rodrigo, chupando la sangre por las heridas, dejándolo todo cubierto de pus que tenían en lugar de saliva. Las criaturitas saltaban contentas y una a una se fueron por debajo de la cama.1
La de mayor tamaño aun sujetaba a Rodrigo del pie teniéndolo de cabeza, lo recostó en la cama, se posó sobre él, agachando su cabeza, abrió la boca, también la de su víctima y succionó fuerte, una ligera niebla con destellos brillantes salía desde dentro de Rodrigo y el monstruo lo saboreaba con gusto.
Los niños nunca mienten
Sin duda hay que reconocer que los niños nunca mienten el monstruo siempre estuvo ahí, pero Rodrigo no quiso creer hasta comprobarlo por sí mismo.
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