El beso de la muerte
Derechos de autor Espiral de Misterio.
El capataz Don Pedro Altamirano estaba encaprichado con la hija de Indalecio Montes , un guajiro de aquellas tierras. Don Pedro gozaba de los favores del terrateniente Don Agustín Negrete y se aprovechaba de eso para imponer su autoridad y abusar con los pobres que vivían a merced del poderoso dueño de las tierras. De vez en cuando aparecía algún guajiro @horcado en un árbol cercano a los sembradíos y aunque nadie se atrevía a opinar , todos sabían de quién era obra . María Elena era una joven extraña, silenciosa , no tenía amigas ni salía de la casa. Era hermosa, eso sí, pero nadie podía sostenerle la mirada sin sentirse intimidado por la profundidad de los ojos negros como un abismo infinito, ni siquiera su propio padre podía mirarla directo al rostro por más de unos segundos. La madre de María Elena murió en el parto y desde entonces el padre se hizo cargo. El capataz venía a menudo por el rancho de Indalecio, traía regalos que la joven ni siquiera tocaba pues como todos en el pueblo, sentía una profunda repulsión por el despreciable y abusador Don Pedro, cuyas manos estaban manchadas con s4ngre inocente. No obstante a la indiferencia de María Elena, él no aceptaría la negación, tarde o temprano sería suya , por las buenas o por las malas . Desesperado por la negación de Indalecio y el desprecio de su hija, el capataz hizo un último intento : compró un collar de diamantes para María Elena que le costó casi todo el dinero que había conseguido ahorrar durante sus años de servicio al terrateniente . Se dirigió al rancho de los Montes , convencido de que esta vez saldría de allí con su futura esposa de la mano . Sin embargo, nada fue diferente: _ mi hija no está en venta señor, ya se lo he dicho muchas veces - inquirió el viejo Indalecio y le señaló la puerta de salida al capataz. El hombre apretó la mandíbula con una rabia evidente y antes de partir lanzó la amenaza: _ van a arrepentirse de esto , lo juro - dijo besando sus dedos en cruz y salió de allí como una exhalación.La noche calló y la penumbra trajo las voces de la muerte . El rancho de Indalecio fue envuelto por las llamas de un fuego rabioso que consumió hasta el último madero y al día siguiente, los vecinos encontraron las cenizas. Algún resto del cuerpo del guajiro fue encontrado, pero de María Elena solo se encontró un pedazo de la hebilla del cinturón que siempre llevaba ajustando su vestido. La injusticia como tantas quedó silenciada , el tiempo pasó y las lluvias arrastraron las cenizas del antigüo rancho como si la naturaleza se empeñara en lavar el escenario del horrendo crímen. Una noche el capataz se encontraba reposando en una hamaca en la terraza de la casona, cuando divisó entre la niebla del camino una figura femenina que se acercaba con un caballo. Se levantó de un salto y agarró su revolver: _ Quién anda ahí? - preguntó alarmado. De entre la bruma le respondió una voz conocida: _ no dispare Don Pedro, soy yo , María Elena. Un escalofrío recorrió el cuerpo del capataz: _ no es posible, tú estás muerta - gritó Don Pedro al tiempo que hacía la señal de la cruz.
_ No Don Pedro, déjeme explicarle, yo logré escapar del incendio, déjeme acercarme y lo verá. El capataz asintió, aunque todavía incrédulo. La joven se acercó y en efecto, estaba allí en carne y hueso, no era un espectro. Le contó al capataz que ella siempre lo había amado, pero que era su padre quien se oponía y que por eso lo odiaba. Al capataz le brillaron los ojos y enseguida le ofreció que fuera su esposa. María Elena aceptó, por fin podrían vivir su amor sin que nadie se interpusiera . La boda se celebró y más de un lugareño se quedó asombrado cuando supieron la identidad de la novia a la que todos daban por muert@ . Los compadres de Indalecio murmuraron y tildarom a María Elena de traidora , pero el sanguin4rio capataz los silenció enseguida. María Elena por su parte pidió un tiempo a su esposo para consumar el matrimonio, ya que aún no estaba preparada y no muy conforme Don Pedro aceptó. Cada noche el hombre caía rendido por un sueño pesado y despertaba con la noticia de que uno de sus hombres había amanecido mu€rto . Los cuerpos parecían secos , con la boca y los ojos abiertos en una expresión de terror, como si algo hubiera succionado sus vidas lentamente. Nadie podía explicarse aquellos sucesos, ni siquiera las autoridades.La mu€rte extendió su reino por aquellos lares sin que nada pudiera detenerla , aunque respetó a los campesinos, solo se llevó a los trabajadores de la hacienda y secuaces del capataz , incluso , al permisivo terrateniente . Cuando solo quedaba Don Pedro, María Elena entró por fin a la habitación matrimonial y besó a su esposo, la vida de don Pedro se fue con aquel beso. Luego María Elena montó en su caballo y desapareció, los charcos del camino reflejaban a su paso un rostro que no era de este mundo, de hecho, nunca lo había sido.
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