GUARDO A MI HIJO EN UN COFRE
Cada mañana al despertar, abro el cofre donde tengo a mi hijo. Mientras acaricio su pequeño cráneo le murmuró «buenos días», aunque sé que no puede escucharme. Espero que no crea que lo abandoné. Espero que sepa que jamás lo haré. Cuando mi hijo murió de fiebre, me rehusé a dejarlo ir. Era tan sólo un niño y todo lo que me quedaba en la vida. Por eso, recurrí a todas esas historias que me contó mi madre, los rituales y leyendas que enriquecieron mi infancia. Las condiciones para traer a alguien del más allá parecían muy simples. Recuerdo que me burlé de todos aquellos que fallaron en el intento, segura de que mi fuerza de voluntad los superaría por mucho. Atravesé los Campos de la Noche, y allí encontré el espíritu débil y tenue de mi hijo. Fui su guía durante todo el camino de regreso a su cuerpo, y jamás le permití mirar hacia atrás. Cuando vi a mi hijo abrir los ojos nuevamente y sonreír, creí haber hecho lo correcto. Sonreía, corría y jugaba como siempre. Llegué a creer que podía