NOCHES SANGRIENTAS
Desde pequeña siempre me gustaron los gatos; después de la muerte de mis padres mi única compañía era Maxi, un gato negro de ojos vivaces y juguetones. Maxi se estaba haciendo viejo; una mañana lo encontré muerto en el jardín, no pude evitar llorar, durante años me había acompañado; entristecida acaricié su cabeza y fui a la casa en busca de una pala para sepultarlo. Al volver no podía creer lo que veía, por un instante sentí mi corazón estremecerse; Maxi se acercó caminando con su cola levantada, mirándome con sus grandes ojos verdes y su familiar ronroneo; me sentí tonta por semejante confusión. Con el paso de los días Maxi se fue volviendo huraño; ya no jugaba, dormía todo el día y en las noches desaparecía hasta el nuevo día. Por aquellos días contraje una terrible gripe, pasaba casi todo el día en cama, solo me levantaba a preparar mi alimentos. Una vecina que llegó a visitarme me comentó que en el pueblo estaban preocupados pues hacía más de una semana que cada día desaparecía