LA CASA DE AL LADO
He vivido lejos de casa y de mamá desde que empecé a trabajar y ganarme el sustento con mi propio sudor. A partir de los 9 o 10 años me he mantenido siendo un ayudante de albañiles y maestros. La vida golpea fuerte cuando te enfrentas a una realidad que solo quienes conocemos la ausencia de nuestros padres hemos sentido, experimentamos en carne propia la necesidad, el hambre, el trabajo duro y el sudor recorriendo tu cuerpo, las energías consumiéndose minuto a minuto hasta que el día termina. Esa ha sido mi vida, no llegué a disfrutar parte de mi infancia, ni mi adolescencia, me casé a los 18 años y ahora mi esposa está esperando nuestro primer hijo, un varón a quien amaré y le daré todo el afecto que el desgraciado de mi padre no me dió jamás.
Cuando supe que mi mamá había enfermado gravemente ni siquiera lo pensé dos veces, invité a mi esposa a pasar un tiempo al lado de mamá, pues un poco de compañía le vendría bien, de paso estoy pendiente de ella y también de los cuidados del bebé.
Fuimos hasta el rancho donde recordé mi limitada infancia; un lugar alejado de la cuidad, rodeado de frondosos árboles y las dos únicas casas que se veían en mal estado; la casa de mi madre y la de un vecino a quien nunca conocí, siempre pasaba vacía, pero tenuemente iluminada y que por alguna extraña razón mamá nunca me dejó acercarme a dicha vivienda.
Se trata de una edificación de dos pisos, una ventana vieja y destruida con vidrios cubiertos de telarañas ubicada en la parte superior. Y una sola puerta en la parte frontal de la casa.
Los primeros días desde que nos instalamos las cosas parecían ir normales para mí esposa; porque en lo que a mí respecta me he sentido acosado por el vecino de la casa de al lado, el tipo no deja de mirar hacia acá desde la ventana y francamente me incomoda, le he preguntado a mamá quien es ese señor, pero ella apenas puede balbucear, la enfermedad la está consumiendo a pesar de no tener una edad tan avanzada.
Me perturba tener que salir al patio y ver el rostro de aquel viejo pegado en la ventana, lo saludo pero no responde, solo está ahí fijamente mirando. El otro día le arrojé una piedra para que se largara, pero parece que esa maldita ventana tiene una especie de blindaje ¡porque no se rompe! Lo más curioso del caso es que solamente yo puedo verlo...
Mamá falleció, nunca quiso irse de esa casa, nunca quiso que la llevara al hospital, y mi esposa ha tomado la decisión de quedarse un par de días, pues la tranquilidad del bosque le vendría bien a su embarazo. Accedí gustoso, todo por ver feliz a mi hijo a quien dedicaré todo por verlo crecer y que no le falte el amor de padre.
Pensé que con la muerte de mamá dejaría de ver al anciano en la ventana, me equivoqué... el maldito viejo sigue ahí, esta vez entra por un par de horas y vuelve a apoyar su frente en el vidrio de la ventana mirando fijamente hacia acá. ¿Quien demonios es y por qué no deja de mirar? Da igual que sea día o noche, el sigue ahí, estático, aterradoramente inmóvil.
He golpeado a su puerta cientos de veces pero no abre. Así que por el bien mío y de mi hijo he tomado la decisión, sin dar aviso a mi esposa, de salir en la madrugada con un hacha para terminar de una vez por todas con esta situación que me está volviendo loco. Esta vez siendo las 3 AM la puerta por fin se abre, entro con sigilo como si quisiera sorprender al viejo, la casa apenas esta iluminada con velas, subo las gradas pese al intenso rechinar de la madera; con mi hacha y mi linterna listas para lo que se venga. He llegado a la ventana pero no encuentro al viejo por ningún lado no hay nadie. De pronto escucho el rechinar del closet y al abrirlo lo encuentro agazapado.
¿Quién demonios es usted y por qué pasa todo el día espiándome? —pregunto levantando mi hacha en señal de ataque.
—Soy yo, hijo, tu padre, he estado aquí encerrado desde el día que naciste— responde llorando mientras intenta ponerse de pie.
Y justo antes de que empiece a golpearlo me detiene diciendo:
—No debiste venir aquí, una vez aquí adentro no podrás salir nunca. En este lugar no existe el hambre, ni la sed, no existe nada más que la desesperación...
No sé si correr o asesinar a este hombre que dice ser mi padre; pero la desesperación empieza a reinar cuando me doy cuenta de que, en efecto, no existe salida, he intentado bajar por las escaleras pero no las encuentro, no están donde deberían estar, no hay puertas la única luz presente es la que entra por la ventana, sí, esta maldita ventana que no logro abrir, no importa cuántos golpes le dé ella no se romperá.
Lloro desconsoladamente junto a mi padre, porque acabo de darme cuenta de que mi hijo está por nacer y no podré abrazarlo ni jugar con él, desde aquí solo puedo pararme en la ventana y ver la casa donde duerme mi esposa, mañana despertará pesando que me fuí sin explicación, y mi hijo crecerá con la idea de su padre lo abandonó; de la misma forma que yo crecí...
Autor: Alexander JR
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