PARADOR 54
-Cerdo asqueroso- murmuró Sally cuando el camionero le palmeó el trasero después de pedirle una cerveza.
En medio de la Pampa, la noche era fría y húmeda y ella trabajaba de mesera junto con dos compañeros más en el parador 54. Adusto, gris y de medio pelo, parada obligada para camioneros, maleantes, asesinos en serie y quién sabe qué otro tipo de espécimen que rondaba la noche argentina, huyendo o yendo.
Linda, presentable y agradable, así debía ser Sally con los clientes. Esos eran sus requisitos. Aunque mejor le hubiesen dicho que debía ser insinuadora y cuasi prostituta para tener más propinas y así solventar su minúsculo monoambiente y su auto modelo 62 que a duras penas la llevaba y la traía. Tendría unos veintidós años y un par de ojos tan oscuros que se asemejan a un abismo. La piel color miel y los cabellos largos y llenos de tirabuzones. Estaba sola en el mundo.
-Su pedido, señor. Murmuró al dejar la botella de cerveza en la mesa y destaparla. El camionero medio calvo y de porte ancho la tomó por el brazo.
_Sientate conmigo. Le dijo.
-No puedo- murmuró ella- Estoy en horario de trabajo. Había aprendido a mantener la voz firme ante patanes como ese. Y acto seguido de fue detrás del mostrador, esperando con ansias que alguien más entrara. Estaba sola en el turno noche. Y ese hombre le daba mala espina.
La miraba con ojos azules acuosos libidinosos y ella sabía que poco podría hacer ante semejante mole de carne de 1.90mts.
Él hizo una seña con el dedo y le pidió otra cerveza.
Ella se la llevó, con algo de miedo en su de repente pálido semblante. Él le dio un trago brusco del pico y de un manotazo, atrajo el frágil cuerpo de Sally contra el sudoroso suyo. Metió sin permiso una mano gigante debajo de su camisa y apretó su seno izquierdo. Grande y redondo.
-Nena,eres hermosa.-exclamó.
Ella intentó zafarse y gritar, pero estaba sola y nada podría hacer contra ese hombre gigante que la envolvia en sus brazos como si ella fuese un cachorrito asustado.
Con una mano seguía tocándole el seno y con la otra se desabrochaba los pantalones. Ella dijo que no una o dos veces, luego él la abofeteó y le subió la falda, sentándola de prepo en la mesa y abriéndole las piernas con brusquedad. Sus ojos brillaban, los de ella también, pero por motivos distinto y ella supo no tenía escapatoria.
II
Yo iba manejando mi Fiat 147 rojo escuchando música hasta que me chillaron las tripas y supe que debía parar para comer algo. Ya era medianoche. Iba a visitar a mis parientes en Neuquén. Fin de semana largo.
Parador 54. Suena bien, está en medio de la nada, debe de ser barato.
Me bajo del auto acomodándome los cabellos rubios con la mano. Entro.
Una jovencita hermosa me atiende. Me dice que ya la cocina está cerrada y el cocinero se marchó. Que puede ofrecerme sanguchería o medialunas. Siendo las doce de la noche opto por el sándwich de jamón y queso y una coca.
El lugar está vacío salvo por otro señor, medio calvo, grandote y de ojos azules acuosos que está tomando una cerveza. Tiene pinta de aplastarte con un solo dedo. Mejor ni lo miro. Quiero llegar con mí cara intacta.
-Poco movimiento ¿eh?. Le digo a la chica mesera en pos de comenzar alguna conversación trivial y que no note que me parece sumamente atractiva.
-Oh.- Dijo ella.- Nunca viene mucha gente por aquí. Soy Sally, Sarah Benett.
- Nombre sofisticado - le dije poniendo mi mejor sonrisa de galán o al menos eso creía yo. - Juan Cruz Galván- me presenté.
Viendo que no entraba nadie y que el fornido con cara de convicto tenía su vaso de cerveza lleno, nos pusiimos a charlar. Le dije que iba de visita a ver a mis parientes de Neuquén y ella me dijo que trabajaba en ese parador hacía menos de un año y que estaba sola en Argentina. Me contó que sus padres habían fallecido en un accidente de ruta. Y que se ganaba la vida aquí en ente parador de mala muerte. Que tenía un monoambiente y muchos sueños de ser actriz.
-Belleza tienes de sobra- Le dije sonriendo. Ella también sonrió.
Después de una hora en la que el calvo -mirada de asesino - se pidió otra cerveza, y nosotros seguimos hablando supe contra mi voluntad que debía seguir viaje..me esperaban cinco o seis horas más.
-Me gustó hablar con vos. Sos simpática y linda ¿Me das tu número?-le pedí.
Habíamos conectado. Si fuera otro tipo de hombre le hubiese hecho el amor En el baño del parador. Pero Dios sabe que fui criado como un caballero inglés.
Ella garabateó unos números en una servilleta.
-Puedes venir a verme, a la vuelta.- Y me guiño un ojo, seductora.
Dios, recuerda que eres un caballero.
Cuando iba a besar su mejilla, ella me tomo el rostro, me estremecí ante el contacto de sus manos frías y mirándome con ojos negros y vacíos me plantó un beso nada inocente en la boca. Yo le correspondía, embobado con mi suerte. Ella me soltó y me dijo hasta luego. Anonadado me dirigí al auto, feliz de mi suerte.
III
Seguí rumbo a Neuquén cuando vi a un pibe de mi edad haciendo dedo. No tenía pinta de asesino serial
-¿Para dónde vas?
-Para Neuquén.- Me dijo.
-Sube- le respondí.
Ya estaba cagado, si el pibe me apuñaba y se llevaba los doscientos pesos que tenía en la billetera, o si vendía mis órganos en el mercado negro, ya nada podía hacer.
Pero no, el pibe me no me asesinó.Se presentó como Vicente Varela y me dijo que tenía veinticuatro y era estudiante de derecho.
-Gracias hermano, vengo caminando no sé cuántos kilómetros. No pasaba nadie. Muero de hambre. ¿Paramos a comer?
-Acabo de parar en el 54.- Dije distraído.
-Si, dale, no me tomes el pelo.
Arqueé una ceja y lo miré.
-Acabo de parar en el 54-le repetí como si fuese medio tonto.
-Debes estar confundido-. Me dijo él con voz susurrante- El 54 cerró hace seis años. Está abandonado.
Se me erizaron los pelitos de la nuca
-No, vos debes estar confundido..me comí un sándwich de jamón y queso con una coca helada y la mesera estaba que no daba más de linda. Sarah me dijo.
El pibe se puso pálido. Pálido y tembloroso.
-Volvamos...-me dijo- Volvamos al parador y te cuento la historia.
Sarah Bennet, apodada Sally era una chica de veinte años que se ganaba la vida en el parador ese de mierda para solventar su departamento. Era huérfana y sus padres habían muerto en esta ruta cinco años antes. Estuvo en un orfanato hasta los 18. Era muy bonita.
Una noche que estaba sola en el turno, entró un tipo, lo identificaron como Mario Darías, de 30 años. Camionero. El tipo entró, la violó y la mató.
-¿Qué mierda dices? Si estuve hablando con ella ¡hasta me dio su número de teléfono!
Rebusqué en los bolsillos de mi chaqueta y de mis jeans en busca de la prueba, pero no encontré nada.
- Estás loco-se echó una carcajada- El tipo este le asestó 54 puñaladas. Ironías de la vida. Dicen que ella solo le asestó una cuando quiso escaparse de la violación.
Volvimos. Aunque todo esto me daba mala espina, no podía seguir manejando con esa intriga tan atemorizante. Estaba aturdido. Me detuve frente al parador. Abandonado sí.
Una lúgubre luz amarillenta parpadeaba y zumbaba dándole a todo el bar un aspecto aún más aterrador. Adentro, todo sucio y dejado. No había ninguna persona pero sí un nauseabundo olor a comida podrida. Sobre la mesa de.madera caoba medio desvencijada -donde sabía que yo había estado comiendo un par de minutos antes- un sándwich a medio terminar de jamón y queso lleno de moho y moscas. Como si llevara años allí.
Al lado, una servilleta amarillenta con números garabateados escritos hacía mucho, mucho tiempo.
-Llámame, Sally.-
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